miércoles, 6 de enero de 2021

 El otro día leí la declaración de un hombre mayor, no recuerdo quién. Decía: "Un viejo no puede llegar a la hora de la muerte y preguntarse ¿y ahora qué hago?". Es cierto pero a mí me parece peor llegar a esa hora final, adentrarte en tu memoria, en tu presente y no encontrar una gota de amor que puedas decir que es tuyo. De nada sirve la riqueza, el poder, la fama, sino para vivir con comodidad y soñar que lo tienes todo. Pero sin una gota de amor, no eres nada finalmente. En eso he pensado al leer este emocionante poema de un hombre, Pedro Salinas, que cantó al amor y al sueño al menos a la misma altura que Machado.

Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso más, caería
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser
invulnerable. Busco
tu sueño. Con mi alma
doblada sobre ti
las miradas recorren,
traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente
las señas corporales,
para ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No la encuentran. Y entonces
pienso en tu sueño. Quiero
descifrarlo. Las cifras
no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo;
en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar:
tu sueño era mi sueño.