Juan Ramón fue uno de mis poetas más leídos en la época de la adolescencia, me gusta su delicadeza, su elegancia, su exquisita sensibilidad,
sobre todo con los niños.
Además de los dedicados a Platero, tiene bellísimos poemas como éste de la cojita.
La cojita
La niña sonríe: ¡Espera,
voy a cojer la muleta!
Sol y rosas.
La arboleda movida y fresca,
dardea limpias luces verdes.
Gresca de pájaros, brisas nuevas.
La niña sonríe: ¡Espera,
voy a coger la muleta!
Un cielo de ensueño y seda,
hasta el corazón se entra.
Los niños, de blanco, juegan,
chillan, sudan, llegan:
¡Nenaaa!
La niña sonríe: ¡Espeeera,
voy a coger la muleta!
Saltan sus ojos. Le cuelga
girando, falsa, la pierna.
Le duele el hombro.
Jadea contra los chopos. Se sienta.
Ríe y llora y ríe: ¡Espera,
voy a coger la muleta!
¡Mas los pájaros no esperan;
los niños no esperan!
Yerra la primavera.
Es la fiesta del que corre
y del que vuela...
La niña sonríe: Espera,
voy a coger la muleta!
Y
este otro, en que siempre tengo ganas de llorar cuando la niña le dice a su
madre
-"Mare,
me jeché arena zobre la quemaúra. Te
yamé, te yamé dejde er camino...
La carbonerilla quemada
En la
siesta de julio, ascua violenta y ciega,
prendió el horno las ropas de la niña. La arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.
...Con la tarde volvió (¡anda, potro!) la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la vida...
La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
-"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtuvo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tu no benía!"
Por el camino (¡largo!), sobre el potrillo rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...
Dios estaba bañándose en su azul de luceros.
prendió el horno las ropas de la niña. La arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.
...Con la tarde volvió (¡anda, potro!) la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la vida...
La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
-"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtuvo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tu no benía!"
Por el camino (¡largo!), sobre el potrillo rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...
Dios estaba bañándose en su azul de luceros.