sábado, 23 de octubre de 2010

Un ejemplo

El discurso de Del Bosque al recibir el premio Príncipe de Asturias en nombre de la selección de fútbol. En un mundo tan competitivo, donde los egos se alzan por encima de cualquier otro valor, sus palabras son todo un ejemplo. Pero el gesto de llamar al estrado, para compartir el momento de gloria, a ese predecesor malhumorado que le criticó tras la primera derrota en Sudáfrica habla de un hombre coherente con los valores que enuncia.

Somos por tanto beneficiarios de un estatus, de unos privilegios y de unas responsabilidades que no pueden ignorarse. Abanderamos y articulamos un fenómeno universal de cuya trascendencia no cabe duda y que nos anima a tratar de ser mejores cada día. Desde 1920 hasta hoy, la Selección española ha aglutinado los sentimientos de generaciones de aficionados que acompañaron al equipo nacional en sus alegrías y en su sus penas, en sus triunfos y en sus derrotas, sin volver la cara sabiendo que lo que defendían unos cuantos era lo que perseguían multitudes. La Selección que hoy recibe el Príncipe de Asturias es depositaria de unos valores que van más allá de los éxitos puntuales y de su materialidad, y es también legítima heredera de una tradición que nos honra.

Esos valores tienen carácter imperecedero y perfil determinante. Son el esfuerzo, el sacrificio, el talento, la disciplina, la solidaridad y la modestia. Los jugadores que han obtenido el Mundial han sido leales a dichos principios y a los de la deportividad y el honor. Defendiéndolos alcanzaron la victoria final. De otro modo no habría sido posible.

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