Aunque brille el sol, por las calles estrechas del Trastévere se respira un aire con aroma a humedad y viejo. El grupo de músicos busca el lugar adecuado. A los que no saben les parecería que cualquiera de los que se ven por la zona podría ser perfecto. Ellos saben que el que andan buscando está cerca.
Y suena la música. A pesar de los viandantes y los que toman algo en una terraza próxima, no hay nadie allí más que ellos y su música. Comparten esa pasión perfecta y si alguien desea unirse, también la regalan a los demás.
El sol se cuela entre las casas por las esquinas de las calles estrechas. Los caminantes llevan prisa y apenas les miran pero se llevan su música sonando en los oídos hasta que se alejan.
Cuando la canción termina, ¡misión cumplida! recogen sus instrumentos y se van, quién sabe si a otra esquina, a otra zona, a otra ciudad. Pero los ecos de la música se quedan atrapados entre los muros de las casas y tal vez han penetrado por las ventanas alegrando la vida a algún vecino triste.
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