lunes, 14 de junio de 2010

Cada día muere algo de nosotros

Traspasó la sutil frontera existente entre el sueño y la realidad entreabriendo los ojos a la luz de la mañana. Como cada día se despertó medio aturdido, y se deshizo en un bostezo mientras estiraba los brazos. Aquel era un inofensivo vicio que había adquirido de una forma desconocida. Posó los pies sobre el frío suelo y esta sensación le despertó del todo. Se puso las zapatillas, se levantó y dejó escapar unas cuantas miradas más allá de la ventana, que estaba abierta. La luz todavía era bastante escasa, no sabía por qué, pero se había desvelado antes de que sonase el despertador.

Después que todos aquellos extraños pensamientos le recorriesen la mente, reacciona y decide hacer la cama, así que se gira y mira el lugar donde había estado hasta hace unos instantes. Por un momento dejó de sentir latir su corazón, para nada más que un momento, porque después la situación cambió radicalmente. La sangre le corría por todo el cuerpo, y los latidos de su corazón, que hace unos instantes no podía sentir, comenzaban a ser tan fuertes que hasta le resonaban en el cerebro. Un sudor frío le recorría la frente, le bajaba por la cara y desde la barba las gotas caían hasta estrellarse en el suelo. La vista se le oscureció momentáneamente y no pudo creer aquello que realmente veía. Allá estirado en la cama, se pudo ver asimismo, todavía durmiendo. Creyendo que sufría una alucinación, tocó aquella imagen, después se tocó él, pero... no podía ser, un ser irreal, creado por su popia mente, por su imaginación.

Corrió a mirarse en el espejo del baño, y comprobó que seguia siendo él. Aquello lo tranquilizó un poco, pero no suficientemente, así que para asegurarse que no viajaba todavía por los sueños, cogió un papel, un bolígrafo y plasmó la primera frase que le pasó por la mente. Una vez escrita, se quedó de pie mirando el papel, mientras sostenía el bolígrafo con la mano derecha. De repente sintió un ruido a sus pies, instintivamente miró y vio que el bolígrafo estaba en el suelo. ¡Cómo puede ser, lo tenía agarrado! Después de pensar eso se miró la mano y no la pudo ver, había desaparecido. No sentía ya ni tacto ni calor ni sudor, simplemente nada.

Corrió a su habitación para ver de nuevo la otra imagen. Seguía allí, igual. De repente, sintió la misma no-sensación de la mano derecha en la mano izquierda. No tuvo el coraje suficiente para mirar, pero no le hacia falta, ya sabia perfectamente que le había pasado. La mano izquierda también le había desaparecido. Lo que pasó después no pudo verlo, pero iba notando que perdía primero el olfato, el oído y, por último, dejó de sentir como la lengua le inundaba el interior de la boca. Era una plena consciencia de la muerte que no podía soportar. Así, cuando vio la ventana abierta saltó desde el tercer piso donde vivía. Al caer lanzó un grito mudo, que ninguno pudo sentir. La tierra se acercaba, rápida, violenta, impaciente, pero cuando se encontraba a unos cuantos metros de la muerte segura perdió la visión y, con ella, la totalidad de los sentidos.

Aquella mañana se despertó helado por su sueño. Lo único que recordaba era la sensación de caída. En el comedor el despertador sonaba impertinente. La ventana estaba abierta y el aire pasaba. Salió al comedor, paró el reloj y se fijó que sobre la mesa había un papel escrito con su letra. Lo leyó, pero decía algo incomprensible para él: "Cada día muere algo de nosotros".

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