Decía Miguel Torga que había algunos artistas que eran dioses perdidos en la Tierra. Uno de ellos debió ser Mozart. Junto a la alegría de gran parte de su música era capaz de componer con esfuerzo (él, que en otro tiempo lo hacía con absoluta ligereza y genio) la misa en do menor, la última en crear antes de su monumental Requiem. Cuando lo hizo estaba envejecido, olvidado por la Corte en gran medida, sin apenas dinero, sintiendo el aliento de la muerte que se lo llevaría en no mucho tiempo. Y aún era capaz de escribir una música como ésta diciendo: "Señor, ten piedad"
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