Ayer leía el final de “El veranillo de un Forsyte”, de John Galsworthy. Sentí, una vez más, que se me humedecían los ojos. Ya es la tercera vez que leo esas apenas 50 páginas tan hermosas. Hay obras artísticas que se te quedan clavadas para siempre. Algo así me pasa con “Elisa, vida mía” de Saura y ahora he de recordar la escena final de esta novela corta, un canto a la vida y a la belleza de un anciano que aún desea vivir y disfrutar de ambas cosas, aunque sienta que ya se escapan (precisamente porque lo hacen). Bajo un árbol se queda dormido para siempre escuchando los pájaros, esperando la llegada de aquella muchacha que con su presencia ha llenado sus últimos días. “Verano, verano, verano... Los pasos silenciosos sobre la hierba”, termina.
Contigo, mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas y me ganas siempre. Tiro
las mías. Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Ya no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
José García Nieto
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