No murió así. Aún se discute si se tiró por aquella maldita ventana ¿cómo comprenderlo en el que escribiera "No digas no puedo más y aquí me quedo" (aquellas hermosas palabras para Julia)? La familia dijo que trataba de limpiar una ventana pero otros decían que era una vana excusa, que estaba muy enfermo ¿quién lo puede saber? ¿a quién le importa? Nos podemos quedar con este poema que es todo amor y ternura. José Agustín Goytisolo.
Así...
Algunas veces llego
... presuroso, rodeo
tus rodillas, toco
tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
decirte tantas cosas!
Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
un viaje....No sé,
no sé lo que me pasa.
Quiero morir así,
así en tus brazos.
Si fuese posible curar las penas con el llanto y resucitar a los muertos con las lágrimas, el oro sería menos valioso que la tristeza. Sófocles, Escirios. Frag 510
domingo, 30 de junio de 2013
miércoles, 26 de junio de 2013
Si alguien ha
cantado al amor en la generación del 27 fue Pedro Salinas, aquel cuyo
enamoramiento por una norteamericana duró tanto tiempo y fue llevado en
completo secreto. Esos amores ocultos e imposibles, los más encendidos...
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
sábado, 22 de junio de 2013
Paredes de Nava, en Palencia, es una población donde quedan pocos habitantes que se sientan en la gran plaza del pueblo, ancianos la mayoría. Me detuve frente a la estatua dedicada a su hijo más ilustre: Jorge Manrique. Reconozco que, al modo de oración, recité el comienzo de esa poesía que es de lo mejor de la lírica castellana. De vez en cuando, paseando por la playa, vuelvo a hacerlo porque está lleno de versos donde adivinas cosas ciertas. Como este trozo menos conocido de este canto a la vida como engaño:
Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
... la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.
Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
... la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.
jueves, 20 de junio de 2013
La sirena
La vi paseando por la orilla y me llamaron la atención sus grandes ojos
negros y los hoyuelos que dibujaban su sonrisa. Pero cuando se giró y vi su
espalda y la curva de su cintura no tuve más opción que seguirla.
Llegó al final de la playa y se lanzo al agua. Según iba adentrándose sus pierna se cubrieron de escamas y sus pies se convirtieron en una gran cola de pez. Mientras se alejaba en el horizonte volvió a mirarme y me sonrió, perdiéndose con las olas.
Decidí hacerme marinero y sigo buscándola por los océanos…
miércoles, 19 de junio de 2013
El despertar...
“Soy yo”, se dijo, con una mezcla de sorpresa y miedo. “Debo ser yo” repitió en silencio. Veinticinco años después de aquel accidente que no recordaba, estaba frente al espejo sin saber qué pensar. Miraba a aquel viejo, sus ojos asustados, los labios temblorosos. “Soy yo, soy esto”. Despertar del coma, contemplar aturdido a las enfermeras corriendo, una mujer desconocida que llegaba y decía ser su hermana. Deseó cerrar los ojos de nuevo, esperar que todo pasara como un mal sueño. Pero la imagen del espejo le seguía mirando, extraña, desconocida, terrible. Ahora lloraba y no sabía quién lloraba, si el del espejo o él mismo.
sábado, 15 de junio de 2013
Of Monsters and Men
La mayoría de los adultos se quedan pegados a la música que
conocieron en su juventud, quizás porque es una etapa de la vida donde uno está
más abierto a conocer nuevas tendencias. Para los que seguimos intentando estar
abiertos al mundo, a veces descubrimos nuevas experiencias musicales que nos
hacen pensar que siempre hay algo nuevo que descubrir. Este grupo islandés ha
sido para mí todo un descubrimiento. Como gustarme me gusta hasta el nombre,
por la relación tan estrecha que siempre tuvo el hombre y los monstruos. Porque
quién no puede decir que a lo largo de la vida no ha conocido a hombres que son
verdaderos monstruos. Y quién no puede decir que todos tenemos en nuestro
interior nuestros propios monstruos. Me apena que por motivos familiares no pude
acercarme a verlos a su concierto de Madrid. Pero así son las cosas, siempre puede
haber un “monstruo” preparado para impedir que hagas lo que deseas…
jueves, 6 de junio de 2013
domingo, 2 de junio de 2013
La ridícula idea de no volver a verte
Conmovedora Marie Curie, profunda comunión y admiración de Rosa Montero
sobre la vida de esta científica que luchó desde una lejana Polonia por llegar
donde su ambición le aconsejaba, que siguió una ciega idea de superación
trabajando en condiciones paupérrimas, que ganó el premio Nobel teniendo un
cobertizo por laboratorio, que se rompió tras la inesperada muerte de su
marido, que aún vivió una apasionada historia de amor con su compañero
Langevin, que fue denostada, admirada, escarnecida y elogiada. Todo eso y mucho
más en “La ridícula idea de no volver a verte”, de Rosa Montero. Aconsejable,
sobre todo para aquellos que hemos pedido a seres queridos.
Principio-puñetazo: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos”. La frase con la que Rosa Montero arranca su último libro es dinamita existencial; también el comienzo de un viaje repleto de bifurcaciones improvisadas hacia cualquier parte. La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral) es un libro extraño, híbrido, subyugante como los ojos de una cobra, que se abre pensando encontrar amargura tras esa frase-puñetazo y que se sumerge en aguas luminosas sobre el placer de vivir o la libertad de elegir. ¿Su adiós al duelo por Pablo Lizcano, su pareja durante 21 años, que falleció en 2009 tras un cáncer? “Sí y no. Nunca me había propuesto hacer un libro sobre la muerte de mi pareja. Soy muy pudorosa. Mis novelas no tratan sobre temas autobiográficos. He empezado a hablar y escribir cuando el duelo era no solo mío, sino de todos. No es un libro sobre el duelo, o no solo. Creo que es un libro que celebra la vida, luminoso”.
En realidad es una caja mágica de la que van saliendo tesoros: detalles autobiográficos, retazos de la vida de Marie Curie, fotografías históricas y personales, reflexiones sobre la pérdida y la intimidad, hashtags, confesiones, deseos, literatura. La escritora lo emparenta con La loca de la casa, aquel inclasificable y delicioso ensayo sobre la escritura y la vida que publicó en 2003. La ridícula idea de no volver a verte nació de un tirón —algo infrecuente en su proceso creativo: dedica unos tres años a cada novela— y derivado de un encargo. Elena Ramírez, acaso con las luces largas de la editora, le pidió a Montero un prólogo para acompañar un librito excepcional, el diario que Marie Curie escribió durante el año posterior a la muerte de su marido, Pierre.
El paralelismo circunstancial entre ambas era evidente, y a ello se sumó la admiración. La escritora se rindió a los pies de esa científica irrepetible —Nobel en dos ocasiones— que logró aislar dos elementos, el polonio y el radio, trabajando en una especie de cobertizo y que tuvo pasiones igual de radiactivas. Compró biografías y descubrió que, más allá de lo consabido, numerosos aspectos de madame Curie eran poco conocidos. “Cuando leí su diario fue como encontrar un espejo de aumento sobre mis reflexiones. Además, acabo de cumplir 62 años, estoy en un momento lógico para intentar entender la vida, cuál es el camino hacia la libertad más allá de lo que esperan los otros de ti, intentar ser libre de verdad, algo tan difícil, y ser feliz”.
Marie Curie se trastornó con la muerte de su marido, atropellado por un coche de caballos en abril de 1906. Prohibió a sus dos hijas que mencionasen al padre en su presencia. Sentía ganas de aullar. Durante dos meses guardó en su armario ropa con restos de sesos de Pierre, a los que tal vez besaba. Nada que ver con la primera imagen que Albert Einstein se formó de ella: “Madame Curie es muy inteligente, pero es tan fría como un pez”.
“El dolor puede volverte loco”, afirma Montero. “Marie Curie se volvió loca durante un tiempo. Era una personalidad complejísima”. La reacción ante la muerte desata fenómenos extraños. En el libro la autora de Historia del rey transparente detalla los suyos: “Desde que murió no solo echo de menos su presencia, seguir viviendo con él y verle envejecer, sino que también añoro su pasado. Las muchas vivencias que no conocí”. Ante su duelo, la escritora hizo lo que creía que tenía que hacer: se mudó de casa, se deshizo de su ropa, tapizó el sillón favorito de Lizcano. Luego se arrepintió. “En esos momentos tratas de responder más a las exigencias de los demás que a las propias. En España, y yo también lo hacía, cuando se muere alguien, llegan tus amigos y te dicen ‘Llora, llora’ sin entender que estás agotada, tan noqueada que no encuentras las lágrimas. Y a los dos o tres meses, justo cuando tú estás empezando a llorar, todo el mundo empieza a decirte ‘Venga, se acabó, vete al cine, alegría, alegría’. Los duelos son muy largos, no hay recetas, que cada uno haga lo que pueda. Dos años después te sigue doliendo la pérdida, pero el duelo tampoco es un túnel cerrado, la vida es tan maravillosa que incluso en esos momentos cualquier cosa te esponja el corazón y puede hacerte feliz a ratos. Hay que saber cómo colocar el dolor y cómo reinventarse porque ya no volverás a ser la misma”.
Con el tiempo, Montero se ha incorporado al grupo de artistas que había denostado por exponer un desgarro brutal en público. Piezas durísimas y poéticas, como Tears in heaven, de Eric Clapton, o Paula, de Isabel Allende, creadas tras la muerte de sus respectivos hijos, le parecían hace años un impúdico tráfico con el dolor. Ya no. “He ido siendo menos radical. Cada uno lo maneja como puede, pero el sentido último de la escritura es intentar encontrar un sentido al mal y al dolor, aún sabiendo que no lo tienen”.
Cuando Rosa Montero se reflejó en Marie Curie
Principio-puñetazo: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos”. La frase con la que Rosa Montero arranca su último libro es dinamita existencial; también el comienzo de un viaje repleto de bifurcaciones improvisadas hacia cualquier parte. La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral) es un libro extraño, híbrido, subyugante como los ojos de una cobra, que se abre pensando encontrar amargura tras esa frase-puñetazo y que se sumerge en aguas luminosas sobre el placer de vivir o la libertad de elegir. ¿Su adiós al duelo por Pablo Lizcano, su pareja durante 21 años, que falleció en 2009 tras un cáncer? “Sí y no. Nunca me había propuesto hacer un libro sobre la muerte de mi pareja. Soy muy pudorosa. Mis novelas no tratan sobre temas autobiográficos. He empezado a hablar y escribir cuando el duelo era no solo mío, sino de todos. No es un libro sobre el duelo, o no solo. Creo que es un libro que celebra la vida, luminoso”.
En realidad es una caja mágica de la que van saliendo tesoros: detalles autobiográficos, retazos de la vida de Marie Curie, fotografías históricas y personales, reflexiones sobre la pérdida y la intimidad, hashtags, confesiones, deseos, literatura. La escritora lo emparenta con La loca de la casa, aquel inclasificable y delicioso ensayo sobre la escritura y la vida que publicó en 2003. La ridícula idea de no volver a verte nació de un tirón —algo infrecuente en su proceso creativo: dedica unos tres años a cada novela— y derivado de un encargo. Elena Ramírez, acaso con las luces largas de la editora, le pidió a Montero un prólogo para acompañar un librito excepcional, el diario que Marie Curie escribió durante el año posterior a la muerte de su marido, Pierre.
El paralelismo circunstancial entre ambas era evidente, y a ello se sumó la admiración. La escritora se rindió a los pies de esa científica irrepetible —Nobel en dos ocasiones— que logró aislar dos elementos, el polonio y el radio, trabajando en una especie de cobertizo y que tuvo pasiones igual de radiactivas. Compró biografías y descubrió que, más allá de lo consabido, numerosos aspectos de madame Curie eran poco conocidos. “Cuando leí su diario fue como encontrar un espejo de aumento sobre mis reflexiones. Además, acabo de cumplir 62 años, estoy en un momento lógico para intentar entender la vida, cuál es el camino hacia la libertad más allá de lo que esperan los otros de ti, intentar ser libre de verdad, algo tan difícil, y ser feliz”.
Marie Curie se trastornó con la muerte de su marido, atropellado por un coche de caballos en abril de 1906. Prohibió a sus dos hijas que mencionasen al padre en su presencia. Sentía ganas de aullar. Durante dos meses guardó en su armario ropa con restos de sesos de Pierre, a los que tal vez besaba. Nada que ver con la primera imagen que Albert Einstein se formó de ella: “Madame Curie es muy inteligente, pero es tan fría como un pez”.
“El dolor puede volverte loco”, afirma Montero. “Marie Curie se volvió loca durante un tiempo. Era una personalidad complejísima”. La reacción ante la muerte desata fenómenos extraños. En el libro la autora de Historia del rey transparente detalla los suyos: “Desde que murió no solo echo de menos su presencia, seguir viviendo con él y verle envejecer, sino que también añoro su pasado. Las muchas vivencias que no conocí”. Ante su duelo, la escritora hizo lo que creía que tenía que hacer: se mudó de casa, se deshizo de su ropa, tapizó el sillón favorito de Lizcano. Luego se arrepintió. “En esos momentos tratas de responder más a las exigencias de los demás que a las propias. En España, y yo también lo hacía, cuando se muere alguien, llegan tus amigos y te dicen ‘Llora, llora’ sin entender que estás agotada, tan noqueada que no encuentras las lágrimas. Y a los dos o tres meses, justo cuando tú estás empezando a llorar, todo el mundo empieza a decirte ‘Venga, se acabó, vete al cine, alegría, alegría’. Los duelos son muy largos, no hay recetas, que cada uno haga lo que pueda. Dos años después te sigue doliendo la pérdida, pero el duelo tampoco es un túnel cerrado, la vida es tan maravillosa que incluso en esos momentos cualquier cosa te esponja el corazón y puede hacerte feliz a ratos. Hay que saber cómo colocar el dolor y cómo reinventarse porque ya no volverás a ser la misma”.
Con el tiempo, Montero se ha incorporado al grupo de artistas que había denostado por exponer un desgarro brutal en público. Piezas durísimas y poéticas, como Tears in heaven, de Eric Clapton, o Paula, de Isabel Allende, creadas tras la muerte de sus respectivos hijos, le parecían hace años un impúdico tráfico con el dolor. Ya no. “He ido siendo menos radical. Cada uno lo maneja como puede, pero el sentido último de la escritura es intentar encontrar un sentido al mal y al dolor, aún sabiendo que no lo tienen”.
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