Y ese malecón. Y ese muchacho. Qué
mirará ese muchacho, a dónde le llevará la mirada. Seguramente le llevará a sus
propios pensamientos. Quién sabe. A lo mejor a saber de aquella montaña
lejana. Quizás a lo que haya detrás. Quizás hacia su propio destino. Tal vez,
como ese carro que espera ser arrastrado, o como esas barcas amarradas en la
bahía, a que alguien las suelte para volver a ser libres. No sé...
Decía Claudio Rodríguez, que nadie
es poeta, porque no existen carnets de poetas. Es poeta aquel que los demás
quieren sentir o creer que son realmente poetas. Y paseando por el patio de
aquel instituto de Baeza donde Machado dio clases. Me preguntaba cómo es
posible que alguien que se hace llamar poeta, pueda tener pensamientos tan
lejanos a la propia poesía. Claudio Rodriguez tenía razón. No hay carnet
de poetas... ni la poesía puede ser nación de nadie.
Y yo, como tú, como el muchacho,
también busco detrás de la montaña...
REFUGIADOS
De nada sirve huir
de nuestra condición de
refugiados.
Octubre llegará tarde o
temprano.
Habremos de jugar, a la
intemperie,
bajo el plomo y la
lluvia de los días,
la guerra inusitada de
los cuerpos,
la batalla naval de la
distancia
entre nosotros y
nosotros mismos.
No hay vacio posible
cuando habitas
el rincón más profundo
del vacío.
Un día los teléfonos
anuncian
que hay que
sobrevivir... y sobrevives.
Sobrevives en letras
incambiables,
en la sombra vetusta de
los nombres,
en los trenes de largo
recorrido,
en las manos que nunca
se tocaron,
en la oblicua mirada de
la gente
a la que no devuelvo la
mirada
(será porque la gente
me da miedo.
Les veo respirar,
emerge en ellos
la exhaustiva derrota
de la carne,
la lenta rendición de
su mutismo).
Consumo el mismo
oxigeno
que respiran, ajenas,
las gaviotas.
Atardezco a este lado
de los hierros,
a este lado del aire,
en esta atmósfera
tan fieramente mía,
tan oculta de todos y
de todo,
y no abuso de toda mi
importancia,
tan solo me recreo en
el silencio,
en la voz apagada de mi
ruina
milimétricamente
calculada.
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