Hay ocasiones en que el fútbol se hace literatura y ése fue el caso de los últimos minutos del partido de ayer entre Uruguay y Ghana. La verdad es que lo había visto por internet a trozos y me había parecido un tostón, con equipos que jugaban al pelotazo (como Uruguay) o muy torpes en la finalización (Ghana). De manera que miraba con desgana los últimos minutos de la prórroga (2 horas ya de juego) cuando se desencadenó uno de los dramas más completos que puede imaginarse en un terreno de juego.
Los dos se jugaban mucho: Uruguay, volver a la élite del fútbol mundial después de medio siglo esperándolo. Ghana, ser el primer semifinalista africano de la historia del fútbol y justo en el mundial celebrado por primera vez en este continente. Les esperaba la gloria a cada uno de ellos y, a base de pelotazos y empujones, con cierta torpeza, lo habían buscado durante todo el partido.
Arrinconados, los uruguayos se defendían como gato panza arriba confiando en llegar a los penaltis. En el último achuchón, un delantero de Ghana centra al área, se suceden los rebotes alocados y el último remate se cuela indefectiblemente en la portería (minuto 121 de juego) cuando uno de los delanteros más destacados de Uruguay, Suárez, lo saca con las manos en la misma raya de gol. Expulsión y penalti a favor de Ghana en el último minuto.
Las vuvuzelas atronaban el aire en señal de triunfo y excitación, el uruguayo se retiraba llorando al banquillo abrazado por los reservas que miraban angustiados el final del sueño. Asamoah Gyan, uno de los jugadores ghaneses más destacados, delantero del Rennes francés, bragado en mil partidos, coloca la pelota en el punto de penalti. Es la gloria lo que le espera. Tira el penalti con fuerza, por el centro, el portero desesperado se ha lanzado hacia la derecha, no tiene posibilidad alguna, pero la pelota pega en el larguero y se va a las nubes.
Suárez asiste atónito a lo sucedido, nadie en realidad lo puede creer del todo, no era así el guión escrito. Suárez da saltos de alegría, luego dirá que la suya fue también la mano de Dios. Asamoah llora abrazado por sus compañeros.
Aún así (pedazo de profesional) pide tirar el primer penalti de la tanda de 5 que tiene que lanzar cada uno. Quiere demostrar que él puede, que sólo fue mala suerte, debe demostrar a sus compañeros que aún pueden confiar en él. Lo tira magistralmente y lo marca esta vez. Se suceden los goles, la tensión es altísima entre los compañeros que se abrazan en el centro expectantes, un uruguayo incluso se arrodilla en muda petición a Dios de suerte para su equipo. Será al capitán ghanés, John Mensa, veterano también, a quien le tiemblen las piernas. Tirará un penalti desastroso que ya condenará irremisiblemente a Ghana.
Lo que era tristeza se vuelve alegría, lo que era esperanza se ha tornado en derrota. Y todo por un solo lanzamiento, por uno que luego repetirá Asamoah para marcar un espléndido penalti, pero cuando no era la ocasión decisiva. Se habla del miedo del portero ante el penalti pero también habría que hablar del miedo del delantero ante la misma falta, el temor a fallar, el miedo que te agarrota las piernas cuando tanto peso cae sobre ti: la fortuna y la gloria, o la derrota y desesperanza.
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