Desterrado de la Corte de Madrid por sus críticas y
manejos políticos, Quevedo se lleva al destierro, en el manchego pueblo de
Torre de Juan Abad, un centenar de libros, apiñados en las alforjas de una
mula. La gente se asombraba al verle acarrear tal despliegue. Ya en el
destierro, el erudito Quevedo formuló poéticamente una imagen de su diálogo con
la literatura del pasado, que tan bien conocía y que tanto le ayudó en su
propia obra, en un conocido soneto:
Retirado
en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos,
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irreparable huye la hora,
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudio nos mejora.
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos,
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irreparable huye la hora,
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudio nos mejora.
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