Esta poesía la escribí hace
años en memoria de mi amiga, Teresa,, que ahora mismo debe de estar a la
diestra del padre contándole historias de sus preciosas Islas Canarias, porque
si no está allí es que no existe cielo. Nunca olvidaré su ánimo cuando murió mi
madre, así que una parte de ella debe de estar con Dios y otra parte sobrevive
en mi corazón. Nunca te olvidaré, Tere...
Me llevaré del mundo sólo eso:
la imagen de un balcón
con la ropa tendida y algunas flores rojas.
Os quedará,
el gesto de los gatos,
el deseo y abril,
unas calles que sueñan
con las calles hermanas
de ciudades de par en par abiertas
a las raíces viejas de la luz.
Me llevaré del mundo sólo eso,
sólo eso,
para que todo, como un eco
ya muy poco creíble,
quede reverberando,
reverberando hasta apagarse
como el mar
en el lomo incitante de los barcos.
Y que se acabe así:
una canción silbada
que se aprendió en un sueño,
una canción silbada
hasta el silencio.
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