Joan Barril era un periodista que tenía
la mejor facultad que se debería tener en esta vida para ser periodista, que es
la de ser una buena persona. Pero no sólo era un buen periodista, Joan
Barril era un cuenta cuentos, un escritor, un filósofo de la vida y sin duda un
verdadero ciudadano del universo. Él ha sido el único que ha conseguido que
empezara un periódico por la contraportada, que me interesara más el final de
un diario que las noticias de su portada, que lo primero que quería de
ese periódico fuese leer su artículo que publicaban al final, en la última
página, un final que era como una dulce despedida a la espera de un nuevo día,
de un nuevo diario. No creo que nunca más ningún periodista consiga tal hazaña,
que consiga que las noticias pasen a un segundo plano. El maestro Joan Barril
nos ha dejado, fuimos afortunados los que pudimos escuchar sus palabras o leer
sus relatos. Hasta luego Maestro Joan Barril.
Os contaré un cuento. Hace muchos años,
cuando el petróleo estaba
más asociado a las estufas que a las
invasiones, la gente solía
reunirse cerca del hogar y de allí salían
múltiples historias vividas
o quizás sólo contadas. Las sombras de los asistentes se proyectaban
o quizás sólo contadas. Las sombras de los asistentes se proyectaban
sobre las paredes de la casa o del
bosque y al acabar, cada uno de
ellos se llevaba un trozo de cuento para
ponerlo bajo la almohada y
hacer que nuevas imaginaciones salieran
por la ventana hacia un
mundo posible. Para eso sirven los
cuentos: para dejarlos fundir en
la boca como los caramelos y para creer
que podemos estar allí
donde nunca podremos ir.
donde
Pero un buen día
llegó la televisión a la sala de estar y los cuenta
cuentos se quedaron sin parroquia. El cuento salía de la máquina
y la imaginación ya no tenía trabajo porque en lugar de dejar que el
caramelo se fundiera en la boca nos lo daban masticado. Pero la
necesidad de recibir cuentos para ser soñados continuó”
cuentos se quedaron sin parroquia. El cuento salía de la máquina
y la imaginación ya no tenía trabajo porque en lugar de dejar que el
caramelo se fundiera en la boca nos lo daban masticado. Pero la
necesidad de recibir cuentos para ser soñados continuó”
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