De cada diez personas que ven la tele, cinco son la mitad. Dato cierto. Él lo sabía. Como por ejemplo también sabía que cada 7 Km de asfalto se produce un accidente, leve o grave. Por eso siempre viajaba en tranvía, porque el accidente se producía a los 872 Km.
Él la verdad es que era una persona gris. Siempre envuelto en revistas de economía, estudios, estadísticas, navegando por internet en busca de gráficas, bases de datos...Le encantaba estar al día de cualquier encuesta que se realizara.
Pero, de todos los datos que conocía, el que más le preocupaba en ese preciso momento era que de cada cinco personas que fuman, tres mueren a causa del tabaco.
Le preocupaba especialmente porque se encontraba en la sala de espera del dentista, junto a cuatro personas más. Las cinco estaban fumando un cigarrilo tras otro y él no paraba de darle vueltas " qué dos de esas cinco personas se salvaría".
Estuvo observando largo tiempo. Había un hombre que no paraba de expulsar el humo en forma de O. Otro no paraba de toser desagradablemente. Una mujer fumaba con tranquilidad mientras ojeaba una revista . Otro hombre intentaba imitar al primero expulsando el humo en O, pero a causa de un tic en el labio superior no le salián más que puntos suspensivos. Y él, por último, mientras echaba ráfagas de humo, no paraba de darle vueltas a la cuestión que le embriagaba. Tanta fue su curiosidad que, una vez finalizada su visita, no pudo evitar preguntar el nonbre de los otros cuatro pacientes a la enfermera.
Los apuntó en una listita de papel lila. Primero el de la mujer, luego los tres hombres y por último el suyo. Y, desde ese día, tomo la morbosa constumbre de, mientras desayunaba por las mañanas un sándwich mixto con una tacita de moscatel, contrastar su lista maldita con las esquelas de los tres periódicos locales.
Dos semanas tuvo que esperar nada más para hallar la primera coincidencia. En la esquina inferior derecha de la pagina 17, aparecía escrita con "times new roman del 13" el nombre de Alejandro Martínez Sempriú. Al verlo le entró un cierto escalofrío, pero, antes de tachar su nombre, decidió ir al cementerio para comprobar que su muerte estaba relacionada con el tabaco. Compró una corona en cuya banda lila se podía leer con letras blancas O O O, y es que Alejandro era el del humo en forma de O. Subió al tranvía y una vez en el cementerio, después de entregar la corona, preguntó a un familiar "el pulmón derecho, puro alquitran. Lo han donado al MOPU para tapar un bache en la autovía".
Cuatro meses después, la segunda de las coincidencias: Luis Fernández Villaverde. Antes de tachar el nombre se dirigió al cementerio para comprobar la causa de su muerte. Subió al tranvía nervioso y, una vez en él, se dio cuenta de que había olvidado comprar la corona así que fue a comprarla a la floristería del cementerio (que suelen ser más caras que las normales, por lo de los olvidos y eso) Y...¿quién estaba allí?. Mª Cruz Crespo San Lúcar, la mujer de la lista. En ese momento no le dijo nada. Compró la corona en la que se podián ver tres puntos suspensivos (Luis era el hombre del tic) y preguntó a un familiar "la laringe, llena de agujeros" le afirmó. Cabizbajo y más nervioso que nunca se dirigió a la tienda de Mª Cruz, se presentó como un paciente de su mismo dentista y acto seguido se lleno la boca de datos, gráficas y estadísticas relacionadas con el tabaco. Sacó las esquelas fotocopiadas. La llevo a ver la tumba de los dos difuntos.
Mª Cruz, al principio se atarantó un poco, pero vio que la cosa iba en serio y poco a poco se fue dando cuenta de la gravedad del asunto, así que quedaron esa misma tarde para tomar un café. Y a la siguiente. Y a la otra. Y una semana después ya quedaban todas las tardes. Y a los tres meses se apuntaron a un curso de relajación psicoinducida, para deshabituarse, pero nada, Tai-chí sud vietnamita, pero nada. Se clavaron agujas por todo el cuerpo, se parchearon los brazos, las piernas...Y nada. Ellos se veían todas las tardes para tomar café y acababan fumando. Y, claro, entre tanto cursillito, tanto cafetito y tanto cigarrito comenzó a surgir entre ellos el amor. Pero, conforme se enamoraban, la preocupación crecía dentro de ambos porque faltaba una persona de la lista por morir y también sería casualidad que para una vez que se enamoran....
Tres años estuvieron así los pobres.
Que si:
- Vente a vivir a mi casa.
- No que si te mueres que hago yo allí.
Y seguían ambos con la costumbre de los periódicos mañana tras mañana hasta encontrar la esperada y tercera coincidencia: Jesus Castro Humanes. Ellos, felices y contentos, se gastaron ambas pagas extras para comprar la mayor corona de flores que jamás se había visto. No llevaba banda lila. Habían contratado una banda pero de música para que les esperara en el cementerio y les acompañara en la entrega de la corona. Esplendorosos y radiantes cogieron el tranvía.
Pero aquel tranvía de aquella tarde de miércoles, llegó al kilómetro 872 y en la revuelta del mercado descarriló deshaciéndose para transformarse en un amasijo de hierros retorcidos y cristales rotos. Ellos, mientras los despojos del tranvía desollaban sus cuerpos, unierón los pocos dedos que aún les quedaban en sus manos y se miraron enamorados y felices. Ante todo felices de que el tabaco no hubiera acabado con sus vidas.
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