jueves, 23 de octubre de 2014

El Descanso de la cuesta

De pequeño solía sentarme en una pronunciada cuesta de la carretera de mi pueblo, a la que no sé por qué llamaban la cuesta del francés. Veía subir aquellos Pegasos traqueteando despidiendo un humor infernal y entonces, algunos, vencidos por el peso de su carga, paraban con su ultima exhalación en un bar de carretera situado en lo más pendiente de la cuesta que se llamaba “El descanso de la cuesta”.

Allí pasé muchos días de verano, las mercancías tenían la facultad de hablarme y de decirme si iban o venían, si eran ladrillos para construir palacios o sacos de harina para hacer dulces pasteles. A aquellos poderosos Pegasos el tiempo los venció y los metió en el saco del olvido, y a los parroquianos del Descanso de la cuesta, una nueva y lejana autovía hace mucho tiempo que se los llevó. Ahora los nuevos y confortables camiones con los que hoy me cruzo por la carretera, parece que sus mercancías han perdido la facultad de hablar, callan, no dicen nada, si van o vienen, aunque a veces, casi con un sonido imperceptible, las escucho hablar de dinero, del valor que tienen en el mercado, de acciones de sus empresas, de que quieren ser rápidas y fugaces, correr y correr, sin parar, sin mirar atrás.

Ya hace muchos años que no subo la cuesta del francés, su cima se ha convertido en tierra de abandono y de olvido. Pero a veces me parece escuchar el eco del aquel bravo Pegaso, luchando, con su carga a cuestas, quizás buscando la eternidad…


Puedes tomarte un cortado en el Descanso de la cuesta,

pero la poesía es mucho más que eso.

Abre bien los ojos, si hace falta toma planta de bella mujer,

con una bella mujer que te recuerde

los cuentos inmortales de Xahrazad.

Te has perdido?  Yo te guiaré. Si me sigues

te mostraré las mil y una maravillas del olvido.


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