jueves, 16 de octubre de 2014

San Juan Palomo, ángel y mártir

Juan Palomo i Cadernera era un santo. Un verdadero santo, digno de ser venerado en un altar al lado de castos varones del antiguo y del nuevo testamento.

No es que él fuera célibe, no, Estaba casado, o sea, que tenía hijos, dos hijas para ser exactos, y mujer, como la mayoría de los mortales. Y la cosa que le hacia especialmente bueno, que le daba aquella aura de santidad, era precisamente su mujer, su costilla, su media naranja. O puede ser que tendríamos que decir el carácter de su consorte.

Que la Brigida era una mujer de carácter ninguno lo dudaba. Y que carácter! Fuerte, decidida, capaz de enfrentarse a un guardia civil de Roquetas a pecho descubierto (es un decir)... Todo al revés de nuestro Juan, que era tímido y apocado como un pajarillo, como una novicia, si es que las novicias de ahora lo son.

Naturalmente la señora Brigida llevaba los pantalones en su casa! Claro que esta expresión no tiene ningún sentido actualmente, porque esta pieza de ropa ha dejado de ser patrimonio de la masculinidad. Mejor tendríamos que decir que mandaba sobre su marido y sus hijas como un rey absolutista, como un déspota, como un arbitro de fútbol. Siempre a punto de sacar una tarjeta roja al pobre padre de familia, que era tratado como si fuese el equipo visitante, como si jugase siempre en campo contrario.

Por eso cuando la empresa del pobre hombre hizo fallida y se fue a quedar en el paro. Juan, a parte del disgusto normal de perder el trabajo, tuvo otro adicional: la perspectiva que se le presentaba de pasarse las 24 horas en casa, en compañía de aquel sargento de artillería que tenía por mujer.

Y si cuando llevaba un buen sueldo a casa ya era objeto de menosprecio y de burla, ahora que nada más tendría el subsidio tan escaso que le concedía el estado, ya se podía preparar!

- Inútil! Fracasado! - le decía continuamente la Brigida.

Y eso todavía lo podía soportar. Pero cuando empezó a tomar el improperio de moda, el sustantivo "perdedor", que salía tantas veces en la películas norteamericanas, Juan encontró que ya era demasiado. Que le dijeran insultos propios de su país, de su lengua, todavía lo podía aguantar. Pero que ella tuviese que ampliar su vocabulario con neologismos importados, eso ya pasaba de la raya!

- Basta! clamó como un anima en pena nuestro héroe. Decidme "vago", decidme "gandul", decidme...No sé! Decidme lo que queráis, pero no me digáis "perdedor"!

Y, dicho aquello, se retiró, temeroso de la reacción de la Furia que tenía delante.

La Brigida, que era alta y seca como una cigüeña, miró al pobre Juan como si fuese un gusano en el margen de una hoja, a punto de ser engullido.

- Al señor no le gusta que le digan "perdedor"! - exclamó poniendose las manos en la cintura, igual que si fuera a cantar una jota aragonesa .

Desde aquella infausta fecha, el epíteto "perdedor" acompañó la vida familiar del pobre Juan. "Perdedor" por aquí, "perdedor por allá... por cualquier motivo, por cualquier falta al rígido reglamento impuesto por la señora de la casa, salía el odiado insulto, el más detestado, el que encontraba más degradante, más insoportable.

Los dos ángeles engendrados por el nuevo parado, se agregaron a la letanía de la Brigida. No se lo decían para hacerle enfadar. Ellas, sus hijas lo dejaban caer de paso, como si fuese una cosa sabida:

- Tú, padre, como que eres un perdedor...

O bien, la más pequeña:

- Hoy en la escuela nos han preguntado el oficio de los padres. Y yo les he dicho que tu eres un perdedor. No sé bien por qué, pero todo el mundo ha reído...

Juan habría querido hacerse el harakiri, si hubiese sabido como se lo hacían los jodidos japoneses para abrirse el vientre...

Él pensaba que no podía aguantar más, en la cada vez mayor escalada de "distinciones" que se producían hacia su persona en el hogar familiar. Por eso, cuando su esposa le dijo que su hermano, el animal del Agapito, se había separado de la mujer y que venia a vivir con ellos, chilló diciendo que no. Que de ninguna manera! Que no cabria en el piso, que...

No le sirvió de nada, naturalmente. Sólo para recibir insultos, y para encontrarse con el hecho consumado de la llegada del "desconsolado" pariente, que comparecía con sus maletas y con su escopeta de caza colgada a la espalda, dentro de su funda, eso sí.

- Dormirá en el comedor, de momento al sofá - dijo Brigida - .Más adelante compraremos un sofá cama, para que esté más cómodo...

- Qué quiere decir más adelante! No era una medida provisional, mientras no encuentre un piso para él solo?

- Cuesta hoy encontrar un buen piso un poco bien de precio, Juanl. A parte de que él tiene un buen sueldo y podrá aportar una parte, que buena falta nos hace contigo en el paro..

- Si madre - dijeron las niñas - .Que el tío Agapito en muy "enrollado" y ha prometido llevarnos un día a cazar con él.

- Pero...

- Deja ya de poner pegas, Juanl! Está decidido. El pobre Agapito está muy triste por causa de la separación y hemos de consolarle. A ver si también fracasas en eso! Mira de distraerlo, de llevarlo a pasear...

Pero el tío Agapito no parecía muy afectado por su desgracia. Más parecía como si se fuera liberado, contento como unas pascuas...

De seguida se hizo el amo del comedor. Del comedor y de la "tele", o mejor dicho del mando a distancia. Y como que le gustaba mucho el fútbol, entonces todo el día veían por la pequeña pantalla señores en pantalones cortos corriendo detrás de una pelota. Y, todavía peor, inacabables tertulias de doctos ancianos discutiendo hasta la extenuación si era mejor que jugase Ronaldinho por la derecha o por el centro...

Y el olor a tabaco?

Juan había sido un fumador empedernido, pero lo había dejado por exigencias de su consorte. Y ahora, cuando sentía el olor a tabaco que fumaba el cuñado, le venían como unas arcadas, un malestar...

- Cómo quieres que le prohiba que fume, hombre de Dios? Con el disgusto que está pasando, nada más faltaría...

- Es que me está matando. No soporto el olor del tabaco. Y tampoco esa música que escucha de noche, cuando estamos ya acostados. Si al menos le gustase la música normal...

- La música étnica de Africa ecuatorial es muy normal, Juan. Él vivió allí una temporada y se quedó enamorado. Le sirve de consuelo...

- No sé si lo podré aguantar, Brigida. Esto es más fuerte que yo!

- Y tanto que lo aguantaras! Anda, girate y duerme, que mañana será otro día...

A la mañana siguiente, Juan sintió un escozor en la espalda. Se palpó y notó como unos pequeños bultos a cada costado, una cosa dura, como si los omoplatos le creciesen.

No dijo nada, naturalmente. Debían ser manías suyas. Y además, su mujer, seguro que le diría alguna cosa desagradable, ya la sentía: Debe ser el hueso de la espalda, el hueso de la ganduleria y del fracaso! Perdedor, más que perdedor...! Seguro que me suelta alguna fresca!

Todo el día sintió aquella molestia presente, y le parecía que cada vez se hacia más fuerte.

En la soledad del lavabo, a media tarde se lo fue a examinar. No se lo veía bien. Por muchas posturitas que hacia delante del espejo, no conseguía poner las misteriosas prolongaciones delante del espejo. Pero sí, se habían hecho más gruesas, casi le salían de la espalda un par de centímetros... Eran como... no lo sé!... como unas alitas de pollo.

Naturalmente se asustó. Pero el cuñado ya había llegado del trabajo y decidió callarse. Después en la habitación hablaría con Brigida...

Se puso la camisa y la bata de estar por casa, y se sentó en el sofá, que hacia olor a tabaco y a sudor del pariente.

- Hola, Juanl! Cómo vas? Mira, hoy veremos el partido de semifinales de la recopa, juega el Almería contra el Salermo de Italia. Quién crees que ganará?

- No sé, ya sabes que a mi eso del fútbol no me interesa mucho...

- Ya te aficionaras, hombre! Cuando lleves unos años viendo estos partidos tan interesantes, ya veras como te acabara gustando! -

- No le hagas caso, Agapito - intervino Brigida, sentada en la butaca - , a mi marido le gusta mucho llevar la contraria. Siempre lo hace, pero al final todavía agradece que le fuercen a hacer cosas que al principio no le gustan...

- Si, ya lo sé! Si en el fondo le interesa más el fútbol que a mí!

Juan calló. Tenía que hacer alguna cosa, tenía que imponerse! Pero cómo? Él era así, tímido y poco decidido, y su mujer le tenía tan dominado que era inimaginable que se rebelase.

Cenaron con la televisión a toda pastilla, explicando la causa del empate a cero que había conseguido el equipo andaluz. Una gesta comparable, según los tertulianos, a la conquista de la Luna o al descubrimiento de América.

- Te ha gustado el partido, eh?- dijo Agapito- Pues mira. Esto también te gustará... Me he comprado un disco al "top manta" que es una pasada. Se trata de un concierto de tam-tam de Kenia con el coro de mujeres de la tribu de los Watussi, que es buenisimo. Un poco ruidoso, pero muy interesante...

Aquella noche, en la cama, al lado de su mujer, Juan se revolcaba, agitado por el nerviosismo y por la incomodidad que le provocaban las dos alitas de la espalda... Mientras en el comedor sonaba la música rítmica y monótona de las selvas centroafricanas, Juan probaba de introducir el tema. Cómo debería de decirle a su pareja "eso" de las protuberancias...?

- Escucha, Brigidita mía... Me ha salido unos... unos alerones aquí en los omoplatos que...

- Qué dices de alerones, ni de puñetas! Debe ser los huesos de la espalda que no te dejan trabajar, gandul, más que gandul! Anda, calla y dejame escuchar el disco de mi hermano. Es bueno, eh? Tiene un gusto exquisito Agapito! Mi padre siempre lo decía: este chico será un artista!

Poco a poco, Juan entró en un estado de letargo, medio adormilado por el ruido de los timbales selváticos y por el compás rítmico de los ronquidos conyugales..

Soñó.

Soñó cosas terribles.

Era una gallina, la última del gallinero, la que todo el mundo picaba y la que no tenia a nadie para picar. El gallo la sometía a un trato vejatorio, abusaba de ella delante de las otras gallinas, que cloqueaban sin parar.

Se despertó entre un grito de angustia. Se incorporó, y sentado en la cama se llevó la mano hacia atrás. En la espalda alguna cosa muy gruesa que le hacia daño se doblaba entre las sabanas...

- Quieres estarte quieto Juan?! dijo Brigida sin llegar a despertarse.

- Si, amor mío...

Se palpó las adherencias, que habían crecido desorbitadamente. Ahora eran como dos velas. como si le hubiesen enganchados dos velas de balandro. Pero el tacto... El tacto era como si fuesen plumas!

Corrió hacia el baño, a oscuras, por no acabar de despertar a la terrible Brigida. Aquellas "cosas" arrastraban por tierra, pero las sentía vivas, fuertes, como si siempre hubiesen formado parte de su anatomía.

Con la puerta cerrada encendió el fluorescente de encima del lavabo y ahora si que hizo un grito de espanto.

En la espalda se veían dos alas enormes como de águila, como de halcón... No, como de palomo, bien blancas, llenas de plumas blancas...

Movió con fuerza la espalda, adelante y atrás, y las nuevas extremidades se alzaron majestuosamente, regias... pero chocaban contra las paredes laterales, contra las baldosas rosadas del cuarto de baño.

Detrás suyo, sintió un grito ronco, un grito agónico. Y le siguió una pregunta en tono acusatorio, de reprobación...

- Se puede saber que es esto, Juan? Qué haces aquí con este disfraz de ángel?

Bajó las alas y vio a través del espejo el rostro huesudo y anguloso de su mujer, orlado con decenas de rulos de colores que le estiraban los pocos cabellos teñidos de rubio, y le daban un aire de careta trágico-cómica entre el rostro de la Medusa y la carota de una falla de Valencia..

Esta aparición le encendió la luz, le reveló el por qué de todo. Las alas que le habían crecido en la espalda eran un  regalo del cielo, una ayuda impagable de los dioses, para que pudiera ganarse la libertad.

Tendría bastante con posarse sobre la barandilla del balcón y lanzarse al vacío. Después, comenzaría a agitar a aquel dúo extraordinario y se pondría a volar, cielo adentro, huyendo por fin de la esclavitud de su mujer, aquel sargento que le martirizaba, de sus hijas. cómplices muchas veces de la madre, y de su cuñado, brutal y egoísta...

Aprovecho que Brigida salía al pasillo. gritando como una loca, para correr hacia el comedor, abrir la puerta del balcón, y ejecutar su plan.

Pronto se encontró flotando en el aire, planeando con todas las plumas, con una sensación de libertad, de ligereza que valía un imperio. Después, comenzó a agitar las alas, y comprobó que sabia hacerlo perfectamente, que volaba como un pájaro. Era sencillo impulsarse hacia delante, girar, relajar los músculos para perder impulso.

- Agapito. Agapito! - sintió aquella voz estridente, que tan bien conocía, que gritaba a su espalda -. Agapito! Haz alguna cosa que se escapa. Juanl se escapa! Se va. Me abandona a mi... a las niñas..."!

En aquel momento supremo, Juan dudó. Sintió las vocecitas de sus hijas, ya lejos, que gritaban:

- Papa, papa! Dónde vas?

Paró el vuelo y se quedó un momento planeando en el aire.

Entonces vio a su cuñado, Agapito, que le apuntaba con la escopeta de caza. Se dio cuenta demasiado tarde, cuando los dos agujeros negros, tan juntos, que aparecían dos ojos acusadores, desaparecieron detrás de un estruendo fuego y de humo.

Probó de emprender de nuevo el vuelo, pero una lluvia de perdigones le quemó la carne, al mismo tiempo que sentía como un trueno ensordecedor. Forcejeó para recuperar el dominio de sus alas, tan nuevas, pero una segunda lluvia de plomo lo precipitó hacia el suelo, hacia el asfalto.

Mientras caía, todavía sintió la voz estridente de su mujer que exclamaba:

- Pobre Juanl! Ha sido un perdedor hasta el final...!

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