Mi ciudad ha perdido
rincones y recuerdos.
Quedan algunas huellas,
apenas un bosquejo.
Hay plazas escondidas,
algún palacio enhiesto
que resiste imbatible,
trazos de cal y albero.
Sabor a sal antigua,
viñedos polvorientos,
pinares embrujados,
playas de arena y fuego.
Dominando horizontes,
el mar, algunos cerros,
la ermita allá en lo alto
y un castillo a lo lejos.
Entre medias un río,
laberinto de esteros
enfrentado al olvido,
aferrado a lo eterno.
Brisas que siempre llevan
olor a vino añejo,
promesas imposibles
que nunca se cumplieron.
Mi ciudad cuenta historias,
se las susurra al viento
que gime en las callejas
y alborota los sueños.
Es difícil oírlas,
hay que ponerle empeño.
Hay que abrir los sentidos,
hay que engañar al tiempo.
Cristina Díez
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