Atrapado en el andén.
Derecho, tiritando, en un día gris, húmedo, ventoso, con las manos
metidas en los bolsillos y el cuello del abrigo subido para parar el aire que
hiela el rostro, encogido espera, con los pies fríos como su corazón, que
llegue su tren.
Está en el andén desde primera hora de la mañana, desde que la estación
abrió a las cinco, de noche no para nunca ningún tren, la estación cierra y el personal
descansa. Sólo es una estación de transito donde los trenes, los pocos que
paran, se detienen el tiempo justo para que suban y bajen unos pocos viajeros.
Su tren no llega y de hecho no tiene ni billete porque su tren no
es ninguno de aquellos que paran allí ni ningún otro, porque en realidad él no
quiere ir a ningún sitio ni sabe a dónde podría ir. Pasará el día en el andén
como si fuese una estatua, casi congelado, inmóvil, esperando un tren que no
espera. Y cuando la estación cierre a las once, volverá a casa.
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