La adoración de los magos (fragmento)
Vimos la estrella hacia lo alto
que estaba inmóvil, pálida como el agua
en la irrupción del día, una respuesta dando
con su brillo tardío del milagro
sobre la choza. Los muros sin cobijo
y el dintel roto se abrían hacia el campo,
desvalidos. Nuestro fervor helado
se volvió como el viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados
una mujer y un viejo solo hallamos.
que estaba inmóvil, pálida como el agua
en la irrupción del día, una respuesta dando
con su brillo tardío del milagro
sobre la choza. Los muros sin cobijo
y el dintel roto se abrían hacia el campo,
desvalidos. Nuestro fervor helado
se volvió como el viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados
una mujer y un viejo solo hallamos.
Pero alguien más había en la cabaña:
un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
Esperamos a un dios, una presencia
radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
y cuya privación idéntica a la noche
del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
gritando lastimosa, con ojos que miraban
dolientes, bajo el peso de su alma
sometida al destino de las almas,
cosecha que la muerte ha de segarla.
un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
Esperamos a un dios, una presencia
radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
y cuya privación idéntica a la noche
del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
gritando lastimosa, con ojos que miraban
dolientes, bajo el peso de su alma
sometida al destino de las almas,
cosecha que la muerte ha de segarla.
Nuestros dones, aromas delicados y metales puros,
dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
pudiera hacer al dios. Pero ninguno
de nosotros su fe viva mantuvo.
Y la verdad buscada sin valor quedó toda,
el mundo pobre fue, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa,
las luchas y las guerras,
o las salas templadas, los baños, la sedosa
carne propicia de cuerpos aún no adultos,
o el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
y quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno. [...]
dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
pudiera hacer al dios. Pero ninguno
de nosotros su fe viva mantuvo.
Y la verdad buscada sin valor quedó toda,
el mundo pobre fue, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa,
las luchas y las guerras,
o las salas templadas, los baños, la sedosa
carne propicia de cuerpos aún no adultos,
o el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
y quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno. [...]
Epitafio
La delicia, el poder, el pensamiento
aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
no creyeron en ella.
aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
no creyeron en ella.
Ahora la muerte acuna sus deseos,
saciándolos al fin. No compadezcas
su sino, más feliz que el de los dioses
sempiternos, arriba.
saciándolos al fin. No compadezcas
su sino, más feliz que el de los dioses
sempiternos, arriba.
Luis Cernuda
[De ‘Desolación de la Quimera’, 1962]
Hugo van der Goes (1440-1483) La Adoración de los Reyes (1470). Oleo sobre madera. Galería Dahlem, Berlín.
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