La fórmula del agua es H2O. Pero si tienes sed y te dan una mezcla de hidrógeno y de oxígeno a través de un respirador, tu sed no se saciará, pues los dos por separado no forman agua y, por lo tanto, jamás podrán saciar tu sed. Ambos gases deben combinarse para formar agua.
El problema para que dos átomos, hombre y mujer, se combinen para formar una molécula llamada amor, es que, a diferencia del agua, esta combinación de deseos, emociones, sentimientos, pensamientos y patrones mentales aprendidos es no sólo más inestable de lo que parece a simple vista, sino que, por encima de todo, el amor nos hace más vulnerables. Dice Sigmund Freud que “nunca estamos tan indefensos contra el sufrimiento como cuando amamos”.
Una relación profunda requiere algo más que la mutua utilización en un encuentro sin compromiso. El fuego hay que alimentarlo, avivarlo, cuidarlo, retirar las cenizas y no dejar que se apague. De ahí que las ahora llamadas “relaciones libres” no sean más que un ensayo de “uniones sin riesgo” de compromiso ni sufrimiento. Pero el amor que no nos vuelve más vulnerables no es amor.
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