martes, 8 de noviembre de 2016

Wilfred Owen

Me duele el corazón.
Es ya la muerte.
Mis antiguas heridas
no tendrán gloria alguna,
nadie podrá enjugar mis lágrimas,
océanos.
Al soldado le crece
un alma al enterrarlo.

El 4 de noviembre de 1918, Wilfred Owen, 25 años, moría trizado por las balas alemanas mientras cruzaba el canal Sambre - Oise. Una putada. Una semana después se firmaba el armisticio. Ese mismo día, para celebrar la paz de los muertos, le llega a su madre el telegrama anunciando la muerte del mayor de sus cuatro hijos.
La I Guerra Mundial, un infecto matadero orquestado por imbéciles con responsabilidades de Estado, fue muy de putadas. Ni el armisticio se salva. El armisticio se firma el 11 de noviembre de 1918 a eso de las cinco de la madrugada. Alguien tiene una brillante idea, cuadrar el alto el fuego a las 11 horas del día 11 del mes 11. Entre memos anda el juego. Seis horas entre armisticio y alto el fuego que darán para 10.000 bajas más. El desfile de la victoria aliada por los Campos Elíseos durará tres horas. En las mismas condiciones de marcha, el desfile de los muertos en el conflicto hubiera durado un mínimo de 11 días con sus 11 noches.
Wilfred Owen había conocido el horror en primera persona. Una vez él y sus hombres quedaron atrapados en una trinchera alemana y allí permanecieron semisepultados bajo cincuenta horas de cañoneo intensivo. Otra vez les ordenaron tomar al asalto una trinchera alemana. El fuego enemigo los diezmó antes de que pudieran abandonar su posición. Cuando al fin salieron y llegaron al objetivo, allí no había nadie.
Owen, que pasaría por un sanatorio antes de volver al frente los últimos meses de guerra, sabía de qué iba eso de las patrias, los reyes y las banderas. El gas y el fango eliminan cualquier decoro en el morir por tu país. En esos años de carnicería el joven Owen, que se alistó con cierto entusiasmo, acabará escribiendo una serie de poemas que aún hoy estremecen.

¿Nación? Los mutilados nada dicen
pero, de forma extraña, se sonríen
como quien sabe a buen recaudo su secreto.
Pero una primavera ¿es pedir mucho?
La brisa llegaría hasta mi pecho
y haría que creciesen mis piernas como flores.
'Seré con la Naturaleza uno,
con la piedra y la hierba',
diría el pobre Shelley.
Ni al más tonto le engaña esa quimera.
'Criar malvas', es todo lo que saben.



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