El 19 de noviembre de 1939 el carguero ingles Stanbrook navega por el Mar del Norte cuando es torpedeado por un submarino alemán y se hunde rápidamente sepultando en las frías aguas a su capitán y 21 tripulantes. Es un pequeño navío de 1.382 toneladas brutas con una eslora de 70,1 metros y una manga de 16,45 metros, velocidad de unos 11 nudos y alojamiento para una tripulación máxima de 24 personas. No parece gran cosa. Pero lo es.
El Stanbrook era uno de los navíos que mantenían trato comercial con el Gobierno de la República durante la guerra civil española. A su mando está el capitán Archibald Dickson, un galés de 47 años, afable y de pocas palabras.
El 17 de marzo de 1939 el Stanbrook deja Marsella rumbo Alicante para cargar tabaco, naranjas y azafrán. El Stanbrook entra en Alicante el 19 de marzo burlando el bloqueo al que es sometido el puerto por la Armada italiana y la aviación alemana. La mayoría de cargueros hace tiempo que ha desistido llegar a puerto, el Stanbrook no, y echa el ancla.
Tras unos días fondeado en la incertidumbre, Dickson recibe la orden de olvidarse del cargamento y salir a toda máquina. No hace caso. Las tropas fascistas avanzan hacia Alicante, último reducto republicano convertido en una ratonera. Es 27 de marzo y el puerto de Alicante empieza a llenarse de refugiados que esperan encontrar algo que los mantenga a flote y los saque de allí.
Dickson se olvida del cargamento y procede a embarcar refugiados, primero de manera ordenada y al poco en desbandada ante los rumores de inminentes bombardeos. 'Unos brazos vigorosos me levantaron. Vi una cara sonriente, una gorra de marino y me dio un beso en la mejilla. No dijo una sola palabra, pero ese abrazo, esa mirada, prometían algo bueno... era él, Dickson, y ya no había peligro', recuerda Helia González, entonces una niña de cuatro años.
El Stanbrook sale de puerto con 2.638 refugiados a bordo. Poco después las bombas caen sobre Alicante mientas el barco navega escorándose peligrosamente debido a un pasaje excesivo.
Veinte horas más tarde, viajando de pie porque no hay espacio para tumbarse, arriban a Orán. Las autoridades francesas, tan generosas ellas, no dan permiso para desembarcar. Un par de días después, Dickson negocia el desembarco de mujeres y niños. Un mes más tarde, siempre con la decidida intervención de Dickson, lo harán los hombres para ir a campos de concentración en Argelia.
Una vez realizada su misión, que sólo le impuso su conciencia, el capitán Archibald Dickson volvía a navegar. No por mucho tiempo. Cuando los republicanos españoles encerrados en los campos de concentración argelinos reciben la noticia del hundimiento del Stanbrook, guardan un minuto de un silencio que ni siquiera el desierto había conocido antes.
El silencio también cubrió durante mucho tiempo la figura de Archibald Dickson. Hasta que en marzo de 2009 el oleaje vuelve a traer su recuerdo al puerto de Alicante.
Gracias a los esfuerzos de la Comisión Cívica de Alicante se rindió un acto de homenaje al capitán Dickson con la presencia de sus dos hijos, Arnold y Dorothea, que recibieron los abrazos emocionados de un millar de personas, pasajeras supervivientes y sus descendientes, que aún guardan el recuerdo de Archibald Dickson como el más preciado tesoro, esos que reposan en el fondo del mar; como Archibald Dickson, anclado en la memoria de la vida.
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