En el Museo Ruso de Málaga encontramos una exposición sobre los Romanov, la dinastía de zares que gobernó Rusia durante tres siglos. Junto a los retratos de zares y zarinas posando hieráticas para la posteridad, me sorprendió un retrato muy diferente, el de la llamada princesa Tarakanova.
Según testimonios de la época era una “hermosa joven de cabello rubio, mirada azul oscura, rasgos circasianos". Realmente, a la vista de su retrato, debió ser de gran belleza, aunque el cuadro databa de mucho después y podía estar idealizado.
Tras la muerte de Isabel I Petrovna en 1762, hija que fue del gran Pedro I el Grande (véase retrato), el poder en Rusia había quedado vacante puesto que la zarina murió soltera y sin hijos. En su testamento dejó el trono a su sobrino Pedro III que casaría con la que habría de ser famosa zarina Catalina II.
Pues bien, diez años después del deceso, apareció en París, proveniente de Persia, una misteriosa mujer de nobles maneras que afirmó llamarse princesa Tarakanova y ser hija de la zarina Isabel I Petrovna y de su favorito, un cosaco ruso, el conde Razumovsky, tras una boda en secreto.
Por entonces Catalina II gobernaba con mano de hierro el imperio ruso y con bastante oposición. Todos los que estaban en su contra adoptaron a la joven y elegante princesa aceptando su origen y defendiendo su causa. Catalina II era una mujer terrible y no iba a permitir que su rival adquiriera mayor fama ni partidarios.
El conde Aleksei Orlov, enviado secreto, se presentó en París y, con decidido atrevimiento, enamoró a la princesa. Se citaron en Livorno (Toscana italiana) invitándola entonces a subir a su barco. Ésta lo hizo sin darse cuenta que el barco era ruso y su cubierta, técnicamente, era suelo ruso. Inmediatamente fue detenida y llevada a Moscú, encerrándola en las mazmorras de la fortaleza de San Pedro y San Pablo.
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