viernes, 4 de mayo de 2018

Así como queriendo dejar caer las palabras en la más absoluta de las nadas le susurró al otro lado de su cuello que si alguna vez pudo ofrecer la mitad de su noche fue a ella. Insistió en recordarle que cualquiera de sus sonrisas de media noche, por muy entre sueños que fueran, duraban hasta el amanecer y dejaban una semilla de años en aquella habitación. Le dijo marcando su nuca con un beso que amaba su libertad de ir, la de venir y la de quedarse si hiciera falta, que le resultaba fácil hacerlo porque no había nada como ver sus alas batir al volar. Le explicó a qué huele la brisa que deja al pasar y todo lo que trae con ella, una mezcla entre provocación y dulzura de lo más acogedor.

Sin duda jamás sería suya pero, le dijo abrazándole, eres bella en libertad y sería una crueldad que fueras de alguien que no fueras tú. 


Pensó que si existiera una rama con la que subir al cielo llevaría su nombre y cortarla sería dejar morir el árbol que la sostiene.


Ella sonrió.


Él se guardó esa sonrisa hasta el amanecer.







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