Tras la ventana de la residencia la anciana esperaba. Terminado el desayuno atisbaba la vía cercana durante casi una hora, llena de emoción, a que el tren de vía estrecha pasara a las 11 en punto. Todos sabían que no podían molestarla y que ella no hablaría con nadie hasta que no viera pasar el tren.
En septiembre interrumpieron el servicio por falta de viajeros. Nadie se lo dijo. Las enfermeras sabían que, mientras estuviera junto a la ventana, no daría problemas, así que la dejaban cada mañana allí y se olvidaban de ella. El tren no pasó más.
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