miércoles, 14 de enero de 2015

A la búsqueda del tiempo perdido

A los pocos que hemos leído "A la búsqueda del tiempo perdido" de Proust les sonará la frecuente mención de la que llama "sonata de Vinteuil" que mece en música el amor de Swann y Odette, esa bella historia de amor y desamor. Proust describía como nadie las emociones provocadas por el arte en cualquiera de sus formas, de modo que si la novela comienza por un niño que no consigue dormir durante 20 páginas, la descripción de la sonata de Vinteuil ocupa una larga extensión.
Pongo solo el párrafo inicial y la sonata para violín de Saint Saens, una de las piezas principales en que el escritor se basó para imaginar su sonata, junto a otra sonata para piano y violín de Cesar Frank.

“Cuando el pianista acabó de tocar, Swann estuvo con él más amable que con nadie, debido a lo siguiente: El año antes había oído en una reunión una obra para piano y violín. Primeramente sólo saboreó la calidad material de los sonidos segregados por los instrumentos. Le gustó ya mucho ver cómo de pronto, por bajo la línea del violín, delgada, resistente, densa y directriz, se elevaba, como en líquido tumulto, la masa de la parte del piano, multiforme, indivisa, plana y entrecortada, igual que la parda agitación de las olas, hechizada y bemolada por la luz de la luna. Pero en un momento dado, sin poder distinguir claramente un contorno, ni dar un nombre a lo que le agradaba, seducido de golpe, quiso coger una frase o una armonía. No sabía exactamente lo que era lo que, al pasar, le ensanchó el alma, lo mismo que algunos perfumes de rosa que rondan por la húmeda atmósfera de la noche tienen la virtud de dilatarnos la nariz. Quizá por no saber música le fue posible sentir una impresión tan confusa, una impresión de esas que acaso son las únicas puramente musicales, concentradas, absolutamente originales e irreductibles a otro orden cualquiera de impresiones”

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