lunes, 14 de septiembre de 2015

Lluvia en soledad

Con el tiempo siento crecer un escepticismo hacia las propuestas, palabras e ideas que escucho, es como una ola que lo invade todo. No me creo nada, por supuesto lo que dicen los políticos, banqueros, militares, expertos de todo tipo. También las redes sociales y periodistas. Todos enmascaran o interpretan la realidad según sus intereses, cuando no mienten descaradamente. El escepticismo es una forma en que tienes de defenderte de la decepción.
Las personas, al menos en el mundo occidental, estamos regidas por unas pocas necesidades: el sexo y el poder y todo ello permite satisfacer una necesidad secundaria, la valoración de uno mismo. A partir de eso se construye todo, se miente, se manipula, se crean máscaras que engañan a otros en el juego de ganar o, al menos, de no perder.
Leía ayer a Hans Kung escribiendo sobre la confianza radical que permite creer en la vida y en Dios, eventualmente. Seguiré leyéndolo pero me veo lejos de cualquier forma de confianza.
Pero no hay que confundir lo que nos ofrecen los hombres con lo que nos ofrece la vida. Las de los hombres siempre son ofertas interesadas, somos así, aun con buena fe. La vida, en cambio, es clara y rotunda, nunca engaña ni decepciona; cruda pero auténtica. Al final seremos luz, estiércol, agua, color, polvo, viento… todo y nada.

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