A los seres humanos nos entusiasma crear mitos con los que hacer más soportable una vida llena de incertidumbre, sufrimiento, conflictos, soledad, corrupción y guerras. Ahora los mitos están basados en la ciencia y la tecnología, en el aumento de la esperanza de vida, en la curación del cáncer, los trasplantes y el sueño de la inmortalidad que ya defendían los taoístas hace siglos. La pregunta es: ¿por qué no somos capaces de vivir sin mitos? A mí me da igual que los mitos sean religiosos o no, siguen siendo mitos y prolongando indefinidamente el autoengaño. Me da igual que los propaguen los líderes religiosos, los científicos o los medios de comunicación. El problema es que seguimos aferrándonos a los mitos incapaces de enfrentarnos a la realidad de nuestro sufrimiento personal y el absurdo de un mundo que ha avanzado increíblemente a nivel tecnológico, pero ni un milímetro a nivel de amor, bondad, justicia, sabiduría y paz. ¿Por qué no nos preguntamos acerca de nuestra adicción al conflicto y a los conflictos y nuestra incapacidad de vivir en paz con nosotros mismos y con los demás, incluidos los animales y la naturaleza que explotamos sin misericordia? ¿Por qué no nos preguntamos por qué somos tan autodestructivos como individuos y como humanidad?
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