Para valorarte tienen que verte no con los ojos físicos, sino con los del corazón. Tienen que verte en lo profundo de ti, allí donde está tu belleza interior. No hay ni una sola persona que no encierre en el fondo de sí misma un tesoro de humanidad, pero es en la relación en donde ese tesoro emerge y se realiza, nunca en el aislamiento. Nuestra mirada se detiene la mayoría de las veces en las apariencias, en lo superficial de las personas, y somos incapaces de ir más allá. Esa no es una verdadera relación humana, es una relación cosificada, basada en rasgos externos, bonitos o feos, pero que no son más que apariencia. Lo mejor de nosotros está en lo profundo, allí donde late lo que realmente somos, pero no todos están dotados para ver así a su prójimo. Solemos quedarnos en las apariencias, en las etiquetas: es bueno, es malo, es guapo, es feo, es inteligente, es tonto, es rico, es pobre, tiene éxito, es un fracasado... Todo eso es apariencia. Lo profundo de nosotros es otra cosa y cuando dos personas se descubren desde lo profundo y en lo profundo, se produce un milagro, surge algo totalmente nuevo y hermoso. Entonces surge lo verdaderamente humano que no es sino un reflejo de lo divino.
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