martes, 21 de febrero de 2017

John Dowland

Una hermosa canción de John Dowland, que allá a finales del siglo XVI, era el músico más celebrado en Inglaterra. Cuando la compuso no estaba del mejor humor precisamente.
Fluid, lágrimas mías, brotad de vuestras fuentes.
Exiliado para siempre, lloro mi pérdida.
Allí donde el pájaro negro de la noche canta su dulce infamia,
allí podré vivir yo, triste y abandonado.
Cesad luces vanas, no brilléis más.
Ninguna noche es lo bastante negra para aquellos
que desesperados añoran sus pasadas fortunas.
La luz sólo descubre la vergüenza.
Mis penas nunca serán calmadas
porque la piedad se fue.
Y lloros, suspiros y gemidos.
Mis cansados días han quedado privados de toda alegría.
Después de la más alta vuelta de felicidad
Mi fortuna ha sido precipitada
y miedo, dolor y pena son mi única esperanza
porque esperanza ya no hay.
Escuchad, sombras, pueblo de tinieblas,
aprended a despreciar la luz
Felices felices quienes en los infiernos
no sufren los ultrajes de este mundo.

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