Dicen los que saben, que las
Hadas también lloran, aunque no lo hacen como los humanos. El llanto de las
Hadas no se pierde en los pañuelos, ni se evapora en el aire. Cuando lloran de
alegría, sus lágrimas se convierten en diminutas cuentas de colores brillantes
y que las hadas hacen con ellas pequeñas joyas: Collares, pendientes y
colgantes con los que adornarse y que siempre llevan puestos para recordar el
motivo feliz que las provocó.
Pero si su llanto es de
dolor, es distinto su destino. Cuando los antiguos espíritus del bosque oyen a
las Hadas llorar de pena, desde el mismo corazón de la tierra hacen brotar un
árbol frondoso, azul y luminoso como el cristal y cada lágrima de hada se
transforma en una hoja nueva prendida a sus ramas que crecen y crecen.
Todas las hadas han
vertido muchas lágrimas por los niños que nunca las conocerán porque cortaron
el camino de su vida el hambre, el frío o el terror. Y saben que el Árbol nunca
dejará de crecer, que nunca cesará la violencia ni la injusticia. Pero se
consuelan teniendo un lugar tan especial donde guardar su pena, porque un árbol
crece hacia las alturas y la luz: Hacia donde la paz siempre es posible.
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