Amaba dormitar debajo de un roble y se entretenía en custodiar cada una de las estrellas que veía allá arriba.
Con precisión les inventó nombres y las hizo hijas suyas, con cuidado, para no despertar malentendidos, que esos despiertan al mínimo ruido y tardan demasiado en volverse a dormir.
Y como hijas suyas las peinaba con poesías inventadas que hablaban de la dulce melancolía de un sueño que por cumplirse sin cesar dejaba de ser sueño a cada instante.
Y como hijas suyas, le obsequiaban con el sonido que hace una estrella al volverse fugaz.
Deseo incluido.
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