Le llamaron Serendipia porque nació niña y sonriendo.
Contaban sus bisnietas que se casó joven y enamorada y que jamás le faltó pan en la despensa.
Serendipia inventó el hilo de flores.
Aseguraba que la hora perfecta de recolección era en la hora bruja de luna llena, ni un minuto antes ni un minuto después, y que un centímetro de hilo tardaba tres meses en tejerse. Nadie conoció jamás la flor ni el telar, lo que todo el mundo sabía es que tejía corazones en pañuelos de seda y los ponía al cuello de perros, gatos, caballos o burros.
Si tu mascota aparecía con un pañuelo de hilo de flores de doña Serendipia, esa misma noche un aroma de flores silvestres te traería una buena noticia.
Serendipia conversaba con abedules, fabricaba sonrisas en caras de desconocidos, colocaba hallazgos inesperados e increíblemente afortunados en su hilo de flores y, aunque se estuviera buscando algo muy diferente, siempre se encontraba otra cosa muchísimo mejor cuando Serendipia entraba por la puerta de casa en forma de pañuelo de seda.
Ya no queda hilo de flores, se acabó hace siglos. Nos queda el alma de doña Serendipia entrando por las ventanas y junto a los abedules. Siempre sonríe. Y si observamos nuestra vida veremos que la tuvimos cerca, cara a cara, al menos una vez.
Ya no queda hilo de flores, se acabó hace siglos. Nos queda el alma de doña Serendipia entrando por las ventanas y junto a los abedules. Siempre sonríe. Y si observamos nuestra vida veremos que la tuvimos cerca, cara a cara, al menos una vez.
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