Cuando miraba hacia delante, y más
allá otro, y al lado más humanos todo estaba lleno de humanos de todos los
sexos, todas las razas, todas las edades, lleno hasta el infinito; si hubiese
sido posible, habría parecido que en aquel desierto había más humanos que
granos de arena. Y era merito suyo aquel despliegue acaparador, tanto como
merito suyo sería el fin del mundo si no encontraba antes de seis horas, seis
minutos y seis segundos el portátil; el único portátil en toda la tierra que
estaba conectado con Dios, y que le había confiado para mantener el contacto
con la humanidad. Seis
horas, seis minutos y seis segundos después, como no recibía respuesta alguna.
Dios apretó el botón de reiniciar.
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