domingo, 25 de julio de 2010

Caminante

No sé si nostalgia es la palabra exacta para describir la sensación que tiene el caminante que observa el valle que se extiende a sus pies. Tal vez es una paz difícil de encontrar, un regalo de la tarde a medida que el sol se pone tras las montañas a tu derecha, la caricia del viento que recuerda constantemente su presencia sin molestar la sensación de íntima alegría que te llena por dentro. Porque es cierta una cosa, que la visión es más clara desde lo alto. Toda la sierra frente a ti y su sima y los caminos que atraviesan las montañas, todo se extiende como si fuera un mundo entero y no hubiera nada más allá.

Tal vez fuera por prolongar esa íntima sensación, por el deseo de ir tan lejos como pudiera, que bordeé la ermita por la izquierda y vislumbré un sendero quebrado, apenas distinguible, junto al abismo. Lo seguí un largo trecho hasta concluir que no llevaba en sí a ninguna parte sino que se iba transformando poco a poco en piedras dentro de un orden confuso, hierbas y arbustos que se entremezclaban con aquel remedo de camino hasta hacerlo desaparecer.

Entonces, dejando la ermita a mi izquierda, enfrentado a la sierra, escuchando el lejano balido de las ovejas, el tintineo de los cencerros, fue cuando me di cuenta de la rotunda belleza de ese lugar, de esa amplitud que te abre el alma, cuando concluí que por aquel momento, sólo por él, merecía la pena visitar el pueblo y el valle, recorrer sus caminos, buscar sus rincones, enamorarte de su silencio apenas roto por esquilas y cencerros.



miércoles, 14 de julio de 2010

La mala reputación

En estos días de fervor patriótico, enhiestas las banderas al viento de un pueblo unido por su fe en el glorioso destino de la nación, no sé por qué me da por recordar esta canción de Georges Brassens.



domingo, 11 de julio de 2010

Y sin embargo...

Varias personas importante de mi vida me dejaron durante este mes de Julio. Una de ellas fue mi madre, ya hace largos años, otra fue mi querida amiga, Tere, que falleció el pasado año, ayer recibí un mensaje de que la hija de mi amiga estaba embarazada de gemelos, que pena cuanto le habría gustado a Tere tener entre sus brazos a sus nietos. Y, sin embargo, es la constancia de que la vida sigue, que el mundo no se acaba con nosotros. Viene detrás la gente joven con sus ilusiones y sus planes de vida, todo vuelve a repetirse. Lástima que esos nietos no conozcan a su abuela, lástima que la abuela no pueda conocerles, son cosas que deben aceptarse aunque duelan. Y mucho.


Si fuese posible curar las penas con el llanto
y resucitar a los muertos con las lágrimas, el oro
sería menos valioso que la tristeza

Sófocles, Escirios. Frag. 510

sábado, 3 de julio de 2010

El partido más dramático

Hay ocasiones en que el fútbol se hace literatura y ése fue el caso de los últimos minutos del partido de ayer entre Uruguay y Ghana. La verdad es que lo había visto por internet a trozos y me había parecido un tostón, con equipos que jugaban al pelotazo (como Uruguay) o muy torpes en la finalización (Ghana). De manera que miraba con desgana los últimos minutos de la prórroga (2 horas ya de juego) cuando se desencadenó uno de los dramas más completos que puede imaginarse en un terreno de juego.
Los dos se jugaban mucho: Uruguay, volver a la élite del fútbol mundial después de medio siglo esperándolo. Ghana, ser el primer semifinalista africano de la historia del fútbol y justo en el mundial celebrado por primera vez en este continente. Les esperaba la gloria a cada uno de ellos y, a base de pelotazos y empujones, con cierta torpeza, lo habían buscado durante todo el partido.
Arrinconados, los uruguayos se defendían como gato panza arriba confiando en llegar a los penaltis. En el último achuchón, un delantero de Ghana centra al área, se suceden los rebotes alocados y el último remate se cuela indefectiblemente en la portería (minuto 121 de juego) cuando uno de los delanteros más destacados de Uruguay, Suárez, lo saca con las manos en la misma raya de gol. Expulsión y penalti a favor de Ghana en el último minuto.
Las vuvuzelas atronaban el aire en señal de triunfo y excitación, el uruguayo se retiraba llorando al banquillo abrazado por los reservas que miraban angustiados el final del sueño. Asamoah Gyan, uno de los jugadores ghaneses más destacados, delantero del Rennes francés, bragado en mil partidos, coloca la pelota en el punto de penalti. Es la gloria lo que le espera. Tira el penalti con fuerza, por el centro, el portero desesperado se ha lanzado hacia la derecha, no tiene posibilidad alguna, pero la pelota pega en el larguero y se va a las nubes.
Suárez asiste atónito a lo sucedido, nadie en realidad lo puede creer del todo, no era así el guión escrito. Suárez da saltos de alegría, luego dirá que la suya fue también la mano de Dios. Asamoah llora abrazado por sus compañeros.
Aún así (pedazo de profesional) pide tirar el primer penalti de la tanda de 5 que tiene que lanzar cada uno. Quiere demostrar que él puede, que sólo fue mala suerte, debe demostrar a sus compañeros que aún pueden confiar en él. Lo tira magistralmente y lo marca esta vez. Se suceden los goles, la tensión es altísima entre los compañeros que se abrazan en el centro expectantes, un uruguayo incluso se arrodilla en muda petición a Dios de suerte para su equipo. Será al capitán ghanés, John Mensa, veterano también, a quien le tiemblen las piernas. Tirará un penalti desastroso que ya condenará irremisiblemente a Ghana.
Lo que era tristeza se vuelve alegría, lo que era esperanza se ha tornado en derrota. Y todo por un solo lanzamiento, por uno que luego repetirá Asamoah para marcar un espléndido penalti, pero cuando no era la ocasión decisiva. Se habla del miedo del portero ante el penalti pero también habría que hablar del miedo del delantero ante la misma falta, el temor a fallar, el miedo que te agarrota las piernas cuando tanto peso cae sobre ti: la fortuna y la gloria, o la derrota y desesperanza.