miércoles, 29 de enero de 2014

El manuscrito Voynich.



Si tenéis tiempo para indagar una interesante y misteriosa historia, os recomiendo leer esta entrada de un blog sobre el famoso manuscrito Voynich.

http://jonkepa.wordpress.com/2014/01/14/el-misterioso-libro-escrito-hace-600-anos-en-una-indescifrable-lengua-nuevos-datos/

Y un documental de 23' que le dedicó el National Geographic:

miércoles, 22 de enero de 2014

Manu Leguineche, in memoriam

Me enamoré de su libro de joven, cuando describía su vuelta al mundo en unas condiciones casi bohemias. Una narración apasionante. Luego leí varios libros suyos, eran más completos quizá, pero no llegaban a la frescura de aquel. "El camino más corto" se llama ese libro, una joya. Empezaba con una cita magnífica que he encontrado: “El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo. Me dispongo a dar la vuelta al mundo… Quiero anchura, dilataciones donde mi vida tenga que transformarse por completo para subsistir, donde la intelección requiera una radical renovación de los recursos intelectuales, donde tenga que olvidar mucho –cuanto más, mejor- de lo que supe y fui… Siento en mí la beatitud de la libertad conquistada. Seguro que no hay nadie ahora más independiente que yo…” Del Diario de un filósofo, del Conde de Keyserling, en 1919.

Que la tierra te sea leve, Manu.


martes, 21 de enero de 2014

Abandonado en la pista

Simplemente abandonado, un estorbo dejado atrás en la cacería. Mucho más importante para su dueño fue cobrar la presa que auxiliar a un fiel compañero tras un accidente de caza. Una presa que no se busca precisamente por necesidad de comer, en un ecosistema desnaturalizado y con sus eslabones más importantes perdidos.
Conozco la naturaleza, llevo en ella toda mi vida, desde muy niño. Podría decir muchas cosas sobre la caza, argumentar y debatir, pero es tiempo perdido, a cada argumento hay una réplica, a cada opinión hay otra enfrentada. Por ello, os dejo lo que sentí cuando encontré a este perro, abatido, agotado, sin energía ni para incorporarse. Apenas movía los ojos y respiraba débilmente. “Vendrán luego a recogerlo”, me dicen. Pero mientras, veo unos ojos que han sido defraudados.
No fue un compañero de caza, porque a un compañero no se le deja así tirado. La realidad es que los animales son utilizados, tratados muchas veces como meros objetos a nuestro capricho. En muchos casos, no se les da una vida digna y, en otros muchos, no se les da una muerte digna. Pero seguimos necesitándolos y utilizándolos.


viernes, 17 de enero de 2014

Jaime Gil de Biedma

No es un poema agradable pero encierra una gran verdad, una cruda verdad que empezamos a atisbar los que nos hacemos mayores. Está el recuerdo del camino realizado, eso también, los momentos que nos calentaron el corazón, las personas que nos fueron inolvidables, las que aún permanecen a nuestro lado, la ilusión que tuvimos, los sueños que llegamos a realizar, pero al final queda este poema de Jaime Gil de Biedma.

Que la vida iba en serio
 uno lo empieza a comprender más tarde
 -como todos los jóvenes, yo vine
 a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
 y marcharme entre aplausos
 -envejecer, morir, eran tan sólo
 las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
 y la verdad desagradable asoma:
 envejecer, morir,
 es el único argumento de la obra.






miércoles, 15 de enero de 2014

Se nos fue Juan Gelman

Un hombre que nos ha acompañado en nuestro caminar, que supo hacer frente al desconsuelo infinito de la pérdida violenta de su hijo, algo que ni siquiera palió el hallazgo de su nieta . Un ejemplo como poeta y como hombre. Un hombre que tuvo una vida dura. Pero de esa dureza y de ese dolor supo hacer la mejor poesía.

Costumbres

no es para quedarnos en casa que hacemos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
y no morimos para morir...

tenemos sed y
paciencias de animal


Alza tus brazos...

Alza tus brazos,
ellos encierran a la noche,
desátala sobre mi sed,
tambor, tambor, mi fuego.
Que la noche nos cubra con una campana,
que suene suavemente a cada golpe del amor.

Entiérrame la sombra, lávame con ceniza,
cávame del dolor, límpiame el aire:
yo quiero amarte libre.

Tú destruyes el mundo para que esto suceda
tu comienzas el mundo para que esto suceda.

Ha muerto Juan Gelman, en México, aunque había nacido en Argentina. Había recibido, a lo largo de su vida alguno de los Premios más prestigiosos. Era un enamorado de las palabras, sus poemas son buena muestra de su saber hacer con ellas.






Una vida de miedo

Da igual que sea  de noche o de día. El miedo es libre y cada uno teme lo que no conoce. Puede que fueran pasos de persona o de animal, o el rastro de una serpiente. Una cortina moviéndose en una ventana lo llevaba al pánico y se imaginaba las bocas de extraños monstruos que conseguían licuar los vidrios. Así fueron las cosas en la infancia de Kenji,  entre el mundo y él se alzaban extrañas incomprensiones.

Después llegaron  los tiempos de la escuela y el miedo no remitió. Ya no se trataba del rugido del perro del vecino ni tampoco  del trueno que viene después de la luz del relámpago. El temor a todo lo que no conocía se instalaba a menudo en la mirada de los compañeros de clase. Kenji no era capaz de ver en las pupilas de los otros alumnos si lo querían bien o si, al contrario estaban urdiendo algún manera de hundirlo en su miedo. Se refugió en brazos de una novia tenue y maternal que lo cubría de abrazos y que lo distraía de la parte oscura del mundo. Allí fue donde Kenji sintió una cierta felicidad y se dejo llevar en la compresión y la suavidad de un fututo amable.

Pero en esas que llegó el dolor. Su novia de repente se refugió en el  sofá y se dejó querer por los cojines. Los médicos no sabían qué hacer y mucho menos que decir. El dolor aumentaba y la vida de su novia se iba apagando lentamente. Una noche, la mujer que quería había desaparecido. Algunos vecinos la vieron escalando por la montaña hasta llegar a las primeras nieves para allí dejarse morir como mueren las ramas de los arboles de verano cuando llega los primeros fríos.

La muerte no tiene nada que ver con la burocracia. La Administración estaba dispuesta a ampliar sus territorios y a eso se le acostumbraba a llamar guerra. Kenji, de nuevo con  su  miedo en el  cuerpo, fue liberado de la primera línea de combate y acabó siendo entronizado en el punto más alto de un mirador de un país continental que acababa  de ser conquistado por la tropas imperiales. El trabajo de Kenji era mirar la lejanía pero en realidad se dedicaba a mirarse hacia dentro, allí donde la desconfianza era constante y el recuerdo de los días perdidos no hacía más que crecer.

Incapaz de bajar de su pequeña atalaya, Kenji decidió quedarse a vivir arriba de su columna y desde allí imaginar un mundo en el cual no habría más miedo que la de sí mismo. En la soledad de su mirador solía cerrar los ojos y ver la vida a trazas de prismáticos. Cada hora, Kenji se comunicaba con el alto mando para una eventual llegada del enemigo, pero ni tan solo el enemigo tenía cara. A mucho estirar, ruido de pasos, de cuerpos arrastrados. Sin novedad en el  lugar de vigilancia. Hasta que un día, cegado por la melancolía , Kenji  decidió  que ya había vivido demasiado. Y entonces apareció el enemigo. Subió por el mirador y, de un golpe limpio, cortó la cabeza a Kenji. El miedo de toda una vida había sido inútil.


domingo, 12 de enero de 2014

La baraja rota

Artículo, casi llamamiento, de Javier Marías.


La baraja rota

Yo ya no sé si, entre el grueso de la población, muchos se acuerdan de cómo nos regimos, ni de por qué. Cuando se decide convivir en comunidad y en paz, se produce, tácitamente o no, lo que suele conocerse como “contrato o pacto social”. No es cuestión de remontarse aquí a Hobbes ni a Locke ni a Rousseau, menos aún a los sofistas griegos. Se trata de ver y recordar a qué hemos renunciado voluntariamente cada uno, y a cambio de qué. Los ciudadanos deponen parte de su libertad de acción individual; abjuran de la ley del más fuerte, que nos llevaría a miniguerras constantes y particulares, o incluso colectivas; se abstienen de la acumulación indiscriminada de bienes basada en el mero poder de adquirirlos y en el abuso de éste; evitan el monopolio y el oligopolio; se dotan de leyes que ponen límites a las ansias de riqueza de unos pocos que empobrecen al conjunto y ahondan las desigualdades. Se comprometen a una serie de deberes, a refrenarse, a no avasallar, a respetar a las minorías y a los más desafortunados. Se desprenden de buena parte de sus ganancias legítimas y la entregan, en forma de impuestos, al Estado, representado transitoriamente por cada Gobierno elegido (hablamos, claro está, de regímenes democráticos). Por supuesto, dejan de lado su afán de venganza y depositan en los jueces la tarea de impartir justicia, de castigar los crímenes y delitos del tipo que sean: los asesinatos y las violaciones, pero también las estafas, el latrocinio, la malversación del dinero público e incluso el despilfarro injustificado.
A cambio de todo esto, a cambio de organizarse delegando en el Estado –es decir, en el Gobierno de turno–, éste se compromete a otorgar a los ciudadanos una serie de libertades y derechos, protección y justicia. Más concretamente, en nuestros tiempos y sociedades, educación y sanidad públicas, Ejército y policía públicos, jueces imparciales e independientes del poder político, libertad de opinión, de expresión y de prensa, libertad religiosa (también para ser ateo). Nuestro Estado acuerda no ser totalitario ni despótico, no intervenir en todos los órdenes y aspectos ni regularlos todos, no inmiscuirse en la vida privada de las personas ni en sus decisiones; pero también –es un equilibrio delicado– poner barreras a la capacidad de dominación de los más ricos y fuertes, impedir que el poder efectivo se concentre en unas pocas manos, o que quien posee un imperio mediático sea también Primer Ministro, como ha sucedido durante años con Berlusconi en Italia. Son sólo unos pocos ejemplos.
Lo cierto es que nuestro actual Gobierno del PP y de Rajoy, en sólo dos años, ha hecho trizas el contrato social. Si se privatizan la sanidad y la educación (con escaso disimulo), y resulta que el dinero destinado por la población a eso no va a parar a eso, sino que ésta debe pagar dos o tres veces sus tratamientos y medicinas, así como abonar unas tasas universitarias prohibitivas; si se tiende a privatizar el Ejército y la policía, y nos van a poder detener vigilantes de empresas privadas que no obedecerán al Gobierno, sino a sus jefes; si el Estado obliga a dar a luz a una criatura con malformaciones tan graves que la condenarán a una existencia de sufrimiento y de costosísima asistencia médica permanente, pero al mismo tiempo se desentiende de esa criatura en cuanto haya nacido (la “ayuda a los dependientes” se acabó con la llegada de Rajoy y Montoro); es decir, va a “proteger” al feto pero no al niño ni al adulto en que aquél se convertirá con el tiempo; si las carreteras están abandonadas; si se suben los impuestos sin cesar, directos e indirectos, y los salarios se congelan o bajan; si los bancos rescatados con el dinero de todos niegan los créditos a las pequeñas y medianas empresas; si además la Fiscalía Anticorrupción debería cambiar de una vez su nombre y llamarse Procorrupción, y los fiscales y jueces obedecen cada día más a los gobernantes, y no hay casi corrupto ni ladrón político castigado; si se nos coarta el derecho a la protesta y la crítica y se nos multa demencialmente por ejercerlo …
Llega un momento en el que no queda razón alguna para que los ciudadanos sigamos cumpliendo nuestra parte del pacto o contrato. Si el Estado es “adelgazado” –esto es, privatizado–, ¿por qué he de pagarle un sueldo al Presidente del Gobierno, y de ahí para abajo? ¿Por qué he de obedecer a unos vigilantes privados con los que yo no he firmado acuerdo? ¿Por qué unos soldados mercenarios habrían de acatar órdenes del Rey, máximo jefe del Ejército? ¿Por qué he de pagar impuestos a quien ha incumplido su parte del trato y no me proporciona, a cambio de ellos, ni sanidad ni educación ni investigación ni cultura ni seguridad directa ni carreteras en buen estado ni justicia justa, que son el motivo por el que se los he entregado? ¿Por qué este Gobierno delega o vende sus competencias al sector privado y a la vez me pone mil trabas para crear una empresa? ¿Por qué me prohíbe cada vez más cosas, si es “liberal”, según proclama? ¿Por qué me aumenta los impuestos a voluntad, si desiste de sus obligaciones? ¿Por qué cercena mis derechos e incrementa mis deberes, si tiene como política hacer continua dejación de sus funciones? ¿Por qué pretende ser “Estado” si lo que quiere es cargárselo? Hemos llegado a un punto en el que la “desobediencia civil” (otro viejo concepto que demasiados ignoran, quizá habrá que hablar de él otro día) está justificada. Si este Gobierno ha roto el contrato social, y la baraja, los ciudadanos no tenemos por qué respetarlo, ni que intentar seguir jugando.
elpaissemanal@elpais.es

Confusión

Lo que me he reído viendo la carita y las miradas de la niña que, en brazos de su padre, llega a casa del gemelo de dicho padre conociéndole por primera vez.

viernes, 10 de enero de 2014

Del pasado

Periódico del 29 de diciembre de 1926. La Compañía telefónica avisa de que esa noche se inaugura el servicio telefónico automático. Nada de pedir a la operadora que te ponga, nada de clavijas que van y vienen. ¡Automático! Claro, hay que dar instrucciones, entre ellas que si estás hablando con alguien y quieres llamar a otra persona, primero tienes que colgar el microteléfono. 


jueves, 9 de enero de 2014

Canciones que me enseñó mi madre

Para despedir el día, esta hermosa canción de Dvorak, "Canciones que me enseñó mi madre" interpretada al violín por Itzhak Perlman


Letra aproximada: Canciones que mi madre me enseñó en días que se desvanecieron largo tiempo atrás.
Pocas veces las lágrimas fueron desterradas de sus párpados.
Ahora enseño a mis hijos cada compás melodioso.
A menudo fluyen las lágrimas. A menudo se desprenden del tesoro de mi memoria


martes, 7 de enero de 2014

Del pasado

En mis lecturas de periódicos de hace un siglo no hago más que encontrar anuncios de las "Pilules orientales", un producto francés para reafirmar, desarrollar y endurecer el busto femenino. Es curioso observar que las mujeres entonces debían parecer exuberantes y de carnes generosas para mostrar que no pasaban hambre como otras y su posición social era adecuada. También resulta curioso que la composición de estas "pilules" (píldoras) nunca se conoció, a pesar de que fue un producto presente en la publicidad durante décadas.