lunes, 24 de octubre de 2011

Relojes

Más que la hora nos dicen los relojes,
son crónica, advertencia, novedades;
nos siguen, nos persiguen, nos abruman,
con intenso, monótono mensaje.
Vuelven la vista atrás, aunque su oficio
es marcha pertinaz hacia delante.
Y nos hablan de heridas, de fracasos,
en sordas voces, ciegos ademanes.
Cuanto hemos enterrado, desentierran,
y lo ponen de nuevo a nuestro alcance.
Tan frías las agujas del recuerdo,
y tan crueles al rasgar la carne.
Archivan nuestras vidas en las ruedas
y ejes minúsculos de su engranaje,
bibliotecas vivientes,
cuyo tictac es pulso de su sangre.
Los miramos de paso, sin premura,
para observar la mueca en su semblante,
pero ellos nos contemplan de continuo,
con el ojo de cíclope, tan grande,
desde su espacio en la pared, la cómoda,
la mesita de noche, o el estante.
Observan cuanto hacemos,
testigos oculares
de nuestros más extáticos momentos,
de nuestras horas grises, miserables.
Son espejos de vida, nos reflejan,
mas sólo cada cual verá su imagen;
todo cuanto aprendieron de nosotros,
documentado queda: Actividades,
conversaciones, pérdidas, encuentros;
archivan todo cuanto nos atañe,
pero no lo publican,
custodios de secretos, bajo llave,
que no prestan a extraños.
Les hablo en ocasiones, al mirarlos,
siempre de paso, y breve, brevemente,
mas nunca les impido contemplarme.
Sé que ahí están, testigos de mi vida,
pero no me perturban, tan afables.


Francisco Álvarez

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