domingo, 18 de noviembre de 2018

Piedad Bonett

Quién en un día de lluvia como hoy, no recuerda aquellas tardes de otoño de su infancia. Yo recuerdo como mi madre me llevaba a merendar a una cafetería los días de fiesta, y yo esperaba toda la semana que llegará ese día, y allí sentado desde la cristalera miraba al mundo pasar, parecía que el tiempo era infinito y allí sentado veía la vida pasar, porque por aquel entonces me parecía que la vida no tendría nunca fin. Qué siempre habría una tarde de fiesta en aquella cafetería.
Os dejo este dulce y tierno poema que, aunque no es alegre, deja un sabor dulce (una dulce melancolía) y antiguo como el de las pastas de vainilla y el té.
Y quién sabe...igual mientras escuchas caer la lluvia a ti también te trae recuerdos de tu infancia.

DE TARDE EN TARDE
A mi madre le gusta ir a ese café de sobrias lámparas,
pedir galletas de vainilla,
tomar dos tazas de té negro con parsimonia
como un acto ceremonial.
Hoy la he traído, pues, cediendo al gesto filial mi tarde laboriosa.
Tras los enormes ventanales vemos correr la vida afuera
mientras hablamos de otros días
y la tibieza del lugar sugiere que la felicidad no es más que esto.
De repente
como recuperando las palabras de un sueño
ella dice: "Qué lástima que todo se termina".
Lo dice con sonrisa liviana, pues sabe
que ser trascendental no conviene a la tarde.
(Mi madre cumplió setenta y cuatro años
y alguna vez fue bella).
Al fondo de las tazas el té pinta sus signos.
Yo no sé que decir.
Miramos la avenida, las caras planas de los transeúntes,
los árboles que callan. Anochece.
Piedad Bonett


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