domingo, 10 de noviembre de 2013

Las casas también mueren


Las casas mueren igual que nosotros. A veces son prisiones que mantienen encarcelados a los vivos: juntos parejas que se detestan, hijos y padres que se agreden y se odian. Otras son lugares en donde prevaleció el amor por encima del odio. A todos nos han amado y nos han agredido en ellas. Todos recordamos cosas lindas y pasajes dolorosos de ese deambular entre paredes que nos aprisionaron y nos arrullaron. Yo procuro día con día  desprenderme sentimentalmente del pasado. Separar esa capa de polvo formada por lágrimas, sentimientos de separación y alegrías de encuentros, mesa servida y olor a café recién hecho.
Mis casas ya han sido demolidas. Físicas y anímicamente. La que habito hoy está llena de luz y los pájaros que entran pensando que es una enorme pecera sin agua. Dentro de unos años cuando ya no estemos será una casa muerta para los míos. Y posiblemente una nueva pecera sin agua para quienes la habiten de nuevo.
Al final también  caerá tu casa como caerá la mía. Yo hago lo mejor que puedo reconciliarme con el presente y cerrar capítulos del pasado. Buenos y malos. Cada mañana trato de nacer  limpio y arreglado como van los niños por primera vez a la escuela. Sonreír de verdad, disfrutar y soñar. Trabajar y amar. Eso es lo que trato.

Y para terminar os dejo con una poesía del maestro Benedetti que se llama “Ésta es mi casa”


No cabe duda. Ésta es mi casa
aquí sucedo, aquí
me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.

Llega el otoño y me defiende,
la primavera y me condena.
Tengo millones de huéspedes
que ríen y comen,
copulan y duermen,
juegan y piensan,
millones de huéspedes que se aburren
y tienen pesadillas y ataques de nervios.

No cabe duda. Ésta es mi casa.
Todos los perros y campanarios
pasan frente a ella.
Pero a mi casa la azotan los rayos
y un día se va a partir en dos.

Y yo no sabré dónde guarecerme
porque todas las puertas dan afuera del mundo.

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