martes, 8 de marzo de 2011

¿Por qué?

Desde que se tiene registro, los humanos han creado más de cien mil religiones, existentes en todas las sociedades, incluso allí donde un fin del Estado ha sido la eliminación de la religión. ¿Por qué? Una repuesta a esta pregunta ya la había planteado el filósofo naturalista de la Universidad de Tufts, Daniel Dennett, quien, como si el debate no estuviera ya caliente, también tiene un nuevo libro sobre religión: Breaking the Spell [Rompiendo el hechizo], que plantea que la religión es un fenómeno natural, publicado por la editorial Viking en febrero de este año (2006). De acuerdo con Dennett, una capacidad básica que los humanos primitivos desarrollaron para dominar su medio ambiente fue la de atribuir inteligencia a algunos seres que los rodeaban. No es difícil imaginar las ventajas de esta habilidad: saber si el tigre me atacará, poder predecir qué hará mi contendor en una pelea, leer los deseos de otros. Tal capacidad está escrita en nuestros genes y es un producto de la evolución.

Venimos a este mundo con un cierto dominio de ella -nadie nos tuvo que enseñar que otras inteligencias habitan este planeta- y es útil para tareas que van desde pelear hasta seducir. Sin embargo, como otras capacidades humanas, ésta es una que excedió el ámbito de su aplicación original. Es así como los humanos somos propensos a atribuir inteligencia incluso allí donde no la hay; al sol y al cielo, a los monstruos imaginados en el armario ante el más ligero sonido.

Algunos alegarán, como último recurso, que la religión subsiste como una fuente de felicidad, pero esta posibilidad pronto queda eliminada para Dawkins, por medio de un argumento que ya había esgrimido George Bernard Shaw: el hecho de que un creyente sea más feliz que un no creyente viene a ser lo mismo que decir que un borracho o un loco es más feliz que un hombre sobrio. Puede que sí, ¿Pero quién querría estar loco para poder contarse entre los dichosos?

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