lunes, 21 de diciembre de 2015

Historias de la vida

El mejor amigo de mi juventud se enamoró de una chica joven. Él tenía 23, ella 17. Él quería una relación formal, de futuro, ella resultaba inexperta, muy insegura, bastante tímida. Era el primer chico con el que salía. Ese amigo tenía un grado medio de FP lo cual fue un problema para la familia de ella, que desconfiaba de alguien que no tuviera titulación universitaria. Él intentó estudiar en la Universidad donde fracasó porque valía para muchas cosas pero no para eso.

La relación se mantuvo varios años. Yo conocía muy bien a los dos, salía con ellos y la que entonces era mi novia. A él le escuchaba muchas tardes, estaba desesperado porque la chica hacía caso a su madre, porque le mantenía a distancia y se negaba a hacer planes de futuro, porque quería estar con él pero luego se alejaba. Los dos sabíamos que la madre estaba vertiendo sobre la chica todo tipo de reconvenciones, sobre todo una a la que ella era muy sensible: "Haz lo que quieras con ese chico, pero si sigues con él nos darás un disgusto tremendo, no hay mayor dolor para unos padres que ver cómo su hija tira su vida con quien no tiene un futuro digno que ofrecerte".


Finalmente, ella no aguantó la presión y se separaron. Supe de ambos con el tiempo. Él fue un ejecutivo importante en una empresa de telecomunicaciones. Al carecer de título no traspasó determinado punto pero llegó muy alto en gestión comercial. Ella se casó bastante tarde, su marido manejaba empresas de forma oscura, la llevó dos veces a la ruina.

Muchas veces he pensado en ese mecanismo sórdido y mezquino, ese que se utiliza sobre una persona joven o insegura, hacerle sentir culpable de sus actos, insistir en cuánto daño hace con ellos. Vaya mierda. Los dos habrían sido felices, estoy seguro. Él se casó, formó una familia, un individuo estable. Siempre estuvo enamorado de ella, aún la recuerda mucho aunque ya la ve perteneciendo a un pasado lejano que no pudo ser.

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